El amargo triunfo del régimen
El turbulento y prometedor agosto se ha transformado, en la escena política de Serbia, en un septiembre inesperadamente tranquilo. Todas las manifestaciones multitudinarias, algunas de ellas más o menos espontáneas, las firmas de manifiestos pidiendo la dimisión del presidente, Slobodan Milosevic, etcétera, han terminado como es habitual en la realidad política serbia: con un vano desgaste de la energía positiva de los ciudadanos, con una nueva discordia en el seno de la oposició y entre sus líderes, y con una sonrisa trinfal, aunque amarga, de los miembros de la coalición gobernante. Ésta sabe que ha ganado, sin demasiado esfuerzo, la primera etapa posterior a la guerra de Kosovo, pero al mismo tiempo es consciente de que le quedan por afrontar los verdaderos desafíos. Y eso no sólo a raíz de la confusa, irresponsable, mal organizada, vanidosa y dividida oposición al régimen, sino por la propia incapacidad de éste para solucionar los problemas, asumir en consecuencia la responsabilidad por el desastre de Serbia y abandonar la escena política.Tras las manifestaciones que se realizaron en Belgrado el pasado 19 de agosto, y otras protestas similares en distintas ciudades serbias, Milosevic puede sacar al menos dos conclusiones. La primera es que la oposición no posee la habilidad para la manipulación que él muestra en el Gobierno, por lo cual no constituye un rival serio. La segunda es que las manifestaciones multitudinarias de los ciudadanos -en especial durante el verano, cuando los problemas parecen menos agobiantes que en el invierno- son síntomas de una situación que le podría costar la vida, o la pérdida del poder. Por esos motivos ha emprendido, además de la habitual satanización de los opositores, una amplia ofensiva demagógica con el propósito de convencer a la nación de que en poco tiempo empezará a vivir mejor que nunca. A los pensionistas se les reparten bonos de electricidad y combustible, a los conductores se les anuncia las suspensión de las restricciones en el suministro de gasolina, y a los futuros compradores, unos baratos coches de segunda mano importados. Asimismo se promete un abastecimiento regular de comestibles, una inflación controlada, electricidad y gasóleo en cantidades suficientes para la temporada invernal...
Cualquier economista principiante sabe muy bien que se trata de falsas promesas, que esas decisiones del régimen exceden las posibilidades del Estado, que las reservas de comestibles están casi agotadas, que sólo habrá electricidad para la mitad del país, y que habrá gas si los señores de Rusia deciden que les importa más el pueblo de Serbia que Milosevic y, en consecuencia, cierran los ojos ante una deuda de 350 millones de dólares. A Milosevic, sin embargo, todo esto no le importa demasiado. En este momento, que es sin duda crítico, le interesa ganar tiempo y tener un espacio de maniobra para iniciar nuevas gestiones que prolonguen la vida de su Gobierno. Cuenta con que si logra mantenerse los próximos otoño e invierno, disminuirá la presión exterior y él volverá a ser un factor relevante para las negociaciones y el regateo político. Por consiguiente, le conviene ofrecer al pueblo -mediante la propaganda y la lógica de los comedores comunes- la ilusión de que alguien se ocupa de él. Tanto más si, tácitamente, se permite a cada individuo desenvolverse como puede para sobrevivir sin rendir cuentas por ello, tal como lo hace el régimen.
Esta estrategia siempre fue en beneficio de éste. Mientras Milosevic lograba mantenerse en el poder, Serbia iba cayendo en una larga agonía, convirtiéndose en un campo de pruebas para todo tipo de desgracias. Sin embargo, esta vez los hechos parecen ser más sombríos y desfavorables para las autoridades. Son demasiadas las circunstancias agravantes sobre las cuales el entorno de Milosevic ha dejado de influir de manera decisiva. Kosovo está prácticamente bajo un protectorado internacional, al tiempo que se multiplican las señales de que la permanencia de Milosevic en el poder podría implicar la pérdida definitiva de ese territorio y su constitución como Estado independiente. Las consecuencia de tres meses de bombardeos son tales que no hay campaña propagandística que las pueda borrar. Si a la destrucción causada por la OTAN se suman las autodestrucciones de los últimos diez años, la imagen del colapso y la bancarrora de Serbia se hace no sólo clara, sino también irresoluble. Asimismo hay otros factores complementarios: un eventual abandono formal del Estado yugoslavo por parte de Montenegro dejaría a Serbia y a Milosevic en blanco. La élite política, que no puede salir de Serbia, y a veces ni siquiera de Belgrado -sea por las acusaciones del Tribunal de La Haya o por la prohibición de viajar al extranjero-, tiene sólo dos posibilidades: o bien liarse la manta y huir para salvar la vida, o bien ayudar a los artífices locales de la destrucción a sadamizar a Serbia y convertirla en un país cerrado herméticamente, gobernado por el ejercito, la policía y las brutales leyes de la represión.
Milosevic ha optado de momento por la variante que le hacen posible una aún benigna oposición y la ausencia de masas críticas en las calles. En el caso de las elecciones anticipadas, sea cuando fuere que se convoquen, cuenta que no las puede perder, siempre que estén organizadas y controladas por el régimen. Tanto más si sigue contando como los más fieles aliados a los radicales de Vojislav Seselj, y en especial si consige atraer a su lado al controvertido Vuk Draskovic, quien gracias a un sondeo reciente -que algunas fuentes señalan como falso- ha convencido a su partido, el SPO, de que es la principal fuerza política de Serbia y de que él es el único sucesor posible de Milosevic.
Las elecciones anticipadas son útiles para Milosevic, pero no indispensables. Si logra contar con suficientes aliados (el SPO y tal vez algunos otros) para ese juego, y ofrecer unas mínimas concesiones sobre las condiciones electorales, podría prolongar virtualmente su legitimidad. Pero eso es sólo para consumo interno. Y no le impediría entrar en un decisivo ajuste de cuentas con el presidente de Montenegro, Milo Djukanovic.
La apertura de un frente bélico con Montenegro (ya existen síntomas de que se está organizando un movimiento de resistencia tribal) podría tener varias repercusiones. Dificultaría, o tal vez impediría, la secesión de Montenegro, con lo que Milosevic pondría de su lado a un importante sector de la opinión pública serbia, que atendería este nuevo foco de tensión dejando al margen los problemas de la vida cotidiana. Se amortiguaría así el mayor peligro para el régimen: las revueltas sociales.
Si algo similar le dio a Milosevic resultados positivos durante las guerras de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Kosovo, ¿por qué no sucedería lo mismo en un eventual conflicto con Montenegro? Si este guión no da frutos, Kosovo sigue siendo la oportunidad para que Serbia experimente un nuevo calvario. ¡A ver quién lo sobrevivirá!
No obstante, todo lo expuesto Milosevic lo puede hacer igual sin convocar elecciones. Tiene todavía en sus manos los resortes del poder y la oposición no representa para él un mayor problema. Puede orientar la energía y el dinero destinado a unas elecciones hacia los problemas que más le amenazan. En cualquier caso, lamentablemente, el siguiente paso de nuevo le corresponde darlo a él.
Ivan Torov es periodista del diario Danas de Belgrado.
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