Delegado
JOSÉ RAMÓN GINER Uno de los efectos más singulares de la actividad política es su capacidad para transformar a las personas que a ella se acogen. Tomen ustedes a un individuo cualquiera, un individuo del que tengan un concepto excelente, nómbrenlo alguna cosa de cierta relevancia y siéntelo en el sillón de un cargo público. Al cabo de unas semanas, observarán como sobreviene una metamorfosis que convierte a este sujeto en una persona totalmente distinta a aquella que conocíamos. Los psicólogos han determinado que la velocidad de muda está en relación directa con la idea que el protagonista tiene de sí mismo. En los casos más extremos, donde el nivel de autoestima es máximo, el cambio sobreviene simultáneo al nombramiento, lo que acarrea consecuencias insospechadas. Pensaba yo en estas cosas, días atrás, al leer en los diarios unas declaraciones de José Marín Guerrero en las que enjuiciaba el estado de la enseñanza en la provincia. Marín es el nuevo delegado del Consell en Alicante y ha desempeñado, hasta su reciente nombramiento, la delegación territorial de Educación. Pensaba en ellas, digo, porque Marín, Pepe Marín, ha sido, durante los muchos años en que ejerció el periodismo en esta ciudad, un redactor ecuánime y sensato, muy atento a los problemas sociales, que supo ganarse el aprecio de las personas. Marín fue valorado por gentes de la izquierda y la derecha, que alabaron su honestidad en esa delicada tarea que es la información política, donde tan sencillo resulta dar un traspiés o tomar partido. También, en el terreno de la cultura, fue notable su actividad, siempre vinculado al teatro y, especialmente, a la Asociación Independiente, de la que llegó a ser presidente. Encontrarme ahora a Marín afirmando que "hemos dado un salto cualitativo en Educación durante los últimos años" y alabando el esfuerzo inversor del Consell, al punto de aseverar que ha mejorado la oferta educativa en Alicante, debía sorprenderme. Ciertamente, desde el momento en que aceptó un puesto político, uno podía imaginar muchas cosas, pero nunca que se convertiría en un agente de propaganda. Yo no digo que Marín no tenga razón en estas afirmaciones tan positivas para el gobierno valenciano y que, sin duda, deben fundarse en las cifras de la consejería que él debe conocer muy bien. Pero ya se sabe lo que ocurre con las cifras oficiales: se llevan mal con la realidad. Y la realidad, a menos que mientan los diarios de estos últimos meses, señala el difícil momento que atraviesa la enseñanza pública. Nunca como ahora, desde los inicios de la democracia, han aireado los periódicos tantas denuncias sobre el mal estado de nuestra educación. No pasa día sin que una asociación de padres, un grupo de maestros, unos alumnos no protesten por el mal estado o la carencia de algo: aulas, comedores, calefacción, mobiliario, servicios, dinero... Si Marín Guerrero continuara siendo el buen lector de diarios que fue en sus tiempos de periodista, seguramente no se le hubieran escapado estos detalles. Con ellos, sin duda, sus declaraciones hubieran sido diferentes. No negativas, desde luego, porque el cargo se lo impide y uno se debe a sus superiores; pero sí, tal vez, más matizadas.
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