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ELECCIONES CATALANAS

Jordi Pujol, la mediocre gestión de un gran político

Enric González

Jordi Pujol (Barcelona, 1930) exhibe excelentes calificaciones como político: cinco legislaturas consecutivas al frente de la Generalitat catalana; 19 años, un periodo inusualmente largo en un sistema democrático. Sus resultados como estadista, como hombre con visión a largo plazo, son cuando menos notables: desde la redacción de la Constitución y la del Estatut a la integración de España en la unión monetaria europea, pasando por la cooperación con distintos gobiernos centrales, Pujol ha mantenido posiciones globalmente coherentes y constructivas. Sus resultados como gestor económico son mucho más mediocres, con la justificación parcial de que nunca ha administrado según unos parámetros estables, sino móviles: su concepción gradualista de la construcción de Cataluña le lleva a veces a gastar hoy lo que espera ingresar mañana.

El nacionalista.

Cuando habla de autodeterminación, Pujol no piensa en independencia. Su nacionalismo es heredero de dos tradiciones: la del catalanismo decimonónico -identitario, lingüístico, romántico, deseoso de cambiar España pero nunca de romper con ella- y la del humanismo católico. Su partido, Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), es una traslación de su pensamiento y su estrategia política: antes de que lo descubrieran otros, Pujol conocía ya el secreto del centro. En realidad, ya desde su despacho de Banca Catalana, cuando su misión declarada era la de "hacer país" y aún no se había decidido a "hacer política", su mecenazgo le colocó en una posición más o menos central dentro del corro del antifranquismo en Cataluña.A partir de 1975, CDC absorbió parte del tardofranquismo, fagocitó las estructuras de UCD en Cataluña sin dejar de lanzar guiños a la socialdemocracia y consiguió que el centro, esa vaga garantía de estabilidad y moderación con la que se ganan elecciones, fuera nacionalista en Cataluña. El terreno de juego electoral es el que marca Pujol, al menos en los comicios autonómicos, en los que una parte del electorado desiste de votar. A cambio de su hegemonía en el centro, un ámbito que huye de los maximalismos y los riesgos históricos, el nacionalismo catalán de Pujol ha aceptado de forma bastante explícita -por más que de vez en cuando CDC efectúe algún alarde de radicalismo verbal- un sólido anclaje en España.

El autonomista.

A Pujol nunca le gustó el Estatut, elaborado en 1978 por una comisión en la que dominaban los partidos de izquierda. Él habría profundizado más en la cuestión lingüística y habría reforzado la función de las comarcas. Pero se ha ceñido al texto: en caso de duda, Pujol siempre opta por la estabilidad. Además, apostó desde el principio por la España de las Autonomías, es decir el denostado café para todos.La Cataluña de Pujol ha sido la referencia constante en el proceso de descentralización política y administrativa iniciado en 1977. El País Vasco es caso aparte por su tradición foral y sus conciertos económicos. Cada vez que la Generalitat (que no es sólo el Gobierno catalán, sino también el Parlament) ha ampliado sus competencias, ha abierto camino para que otras comunidades autónomas hicieran lo mismo. Eso puede incomodar, en cierta forma, al Pujol nacionalista, que preferiría una Cataluña distinta, realzada en su especifidad, pero halaga al Pujol estadista.

En lo tocante a la Constitución, Pujol siempre ha preferido la "relectura" a la reforma. Se siente, con razón, uno de los grandes protagonistas de la transición no sólo porque su antiguo lugarteniente, Miquel Roca, formara parte de la ponencia constitucional, sino también porque él, personalmente, formó parte (contra la opinión de numerosos políticos nacionalistas) de la llamada Comisión de los Nueve. Ha aportado mucho a la construcción de la España de las Autonomías.

El socio.

Pujol ha sido un socio razonablemente leal para distintos gobiernos centrales. CDC tiene una doble vocación, la de partido de gobierno en Cataluña y la de bisagra en Madrid y la ejerce con soltura. Sus pactos se basan en el beneficio recíproco. A cambio de apoyar en votaciones puntuales al Ejecutivo de Adolfo Suárez, cuando aún no gobernaba en Cataluña y no podía reclamar competencias ni fondos, obtuvo cosas como el término nacionalidades en el texto constitucional. A partir de 1993, cuando el PSOE perdió la mayoría absoluta, respaldó a Felipe González a pesar de los casos de corrupción que liquidaban con rapidez el crédito de los socialistas. Al margen de contrapartidas coyunturales, ese pacto con el PSOE, verbal, y en mayor medida el de 23 folios establecido con el PP en 1996 se basaban en dos convicciones de Pujol: que la estabilidad política es un bien en sí misma y que era imprescindible que España se integrara en la unión monetaria europea. La tesitura histórica hizo que una cosa llevara a la otra. El pacto con el PP llegó además en un momento muy apropiado para él: había perdido la mayoría absoluta en Cataluña y los acuerdos con José María Aznar le garantizaban que los populares catalanes supieran lo que les correspondería hacer en situaciones de importancia política, como la aprobación de presupuestos o la votación de mociones de censura contra consejeros de Pujol.

El vendedor.

Como representante de Cataluña, el resultado de Pujol ha sido muy desigual. En Europa, y más allá, ha conseguido vender una imagen excelente. En el resto de España, más bien lo contrario. La imagen catalana en territorio español se ha resentido, sin duda, de una táctica que Pujol utiliza con frecuencia: la de proclamar que ha "arrancado de Madrid" determinada concesión, una cierta suma de dinero o una promesa de inversiones. No siempre resulta cierto y, en cualquier caso, siempre se exagera lo conseguido o se le otorga una importancia desmesurada: es el caso, por ejemplo, de la gestión de una parte del IRPF. Es una táctica de uso interno, destinada a reforzar la impresión entre el electorado convergente de que la política de Pujol reporta un plus a Cataluña. Pero eso, y las tesis de construcción gradual de la autonomía catalana, que ha implicado durante muchos años cazar al vuelo cualquier competencia, por menor o inoportuna que fuera, ha provocado un cierto déficit de simpatía hacia la sociedad catalana. La imagen de "fenicios" o "insolidarios" que de los catalanes tienen otros españoles no se ajusta a la realidad económica, fiscal o social, pero en ciertos ambientes ha cuajado.

El gestor.

Como gestor, Pujol suspende. Para haber sido banquero, mantiene una actitud muy despegada respecto al dinero: nunca lleva encima y, si le apetece algo, hay que invitarle. La política le interesa mucho más que la administración y quizá por eso la deuda de Cataluña, sólo comparable con la de Andalucía, desborda ampliamente los criterios de Maastricht y supera con holgura la de las demás comunidades autónomas. Los entes dependientes de la Generalitat, desde TV-3 hasta Gisa, también soportan un endeudamiento elevadísimo.

El gobernante.

Sentado en el sillón de la presidencia de la Generalitat y enfrentado a una situación crítica, Pujol puede mostrar comportamientos muy dispares. En la noche del 23-F fue un gobernante sereno y sensato que dignificó su cargo: fue el mismo hombre que en 1960 asumió sus convicciones democráticas ante un consejo de guerra franquista que le llevó a la cárcel. Cuando el fiscal presentó una querella contra 25 antiguos gestores de Banca Catalana, Pujol entre ellos, el furor de sentirse víctima de una injusticia le llevó a avasallar al Parlament (invadido por el servicio de orden de CDC), a agitar a sus simpatizantes sin escatimar populismo y a equipararse, sin matices, con Cataluña.

El jefe de partido.

Quizá fuera inevitable, porque, como fundador, líder carismático y candidato imbatible (al menos, hasta ahora), su peso abruma en el partido y con frecuencia sus colaboradores son víctimas de ataques por elevación. Pero el hecho es que es difícil sobrevivir cuando se está muy cercano a Pujol, un hombre a quien no se puede llevar la contraria en CDC: Roca era el único que podía opinar y acabó pagándolo. Macià Alavedra, Josep Maria Cullell o Lluís Prenafeta son otros notables que han hecho mutis. La sucesión de Pujol será, sin duda, un asunto complicado.

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