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FERIA DE LOGROÑO

Tres toreros de una pieza

Al fin salió el toro. Y como era de esperar, las denominadas figuras actuales no estaban por ningún sitio de la plaza. Alguna, incluso, ni quiso venir después de haberle ofrecido la sustitución de Juan José Padilla. Poco o nada importó. Hicieron el paseíllo tres toreros de una pieza, tres matadores que justificaron su entrada en el abono sin importarles que en los chiqueros aguardaran seis toros de esos que casi nadie quiere ni ver en pintura.La corrida de Cebada Gago resultó de desigual presentación y juego. Los hubo imposibles como el quinto, sin recorrido aunque viniéndose de largo como el primero, dificultosos como el segundo y dos de excepcional nobleza, que fueron dos veces al caballo aunque con la cara alta y sin mucho celo. Una corrida de toros con movilidad, que se mantuvo en pie y que no desató ni la más mínima protesta por parte de los aficionados. Tomás Campuzano estuvo toda la tarde en director de lidia, y como sus dos compañeros de terna, se preocupó de colocar a los toros en la suerte cuando estaban los picadores en el ruedo. Pero además de su acendrada profesionalidad, cogió la muleta con la mano izquierda, se fue al platillo, se colocó, se la echó por delante y dibujó tres tandas de naturales con parsimonia y profundidad.

Cebada / Campuzano, Carra, Tato

Toros de Cebada Gago, terciados, sin aparato, encastados, con movilidad y con pocas fuerzas. El 4º y el 6º de encastada nobleza. El 5º resultó un manso de libro. Tomás Campuzano: pinchazo y estocada corta (ovación); estocada tendida y descabello (vuelta). Pedro Carra: estocada baja (silencio); estocada (silencio). El Tato: estocada (silencio); estocada y un descabello (dos orejas).Plaza de Toros de Logroño, 25 de septiembre. Quinta corrida de feria. Algo menos de tres cuartos de entrada.

Despacio y con gusto

Toreó muy despacio, con gusto y sin mover los pies entre cada lance, ligandolos siempre con la muleta puesta en la cara. Tuvo detalles torerísimos como esos pases de la firma con el aroma de las viejas tauromaquias. En su primero le dio siempre sitio a un toro que se negó repetidamente a humillar, aunque tuvo prontitud y fijeza.

El Tato estuvo perfilero y atropellado en el tercero. Pero con el que cerraba plaza, bajo el mismísimo diluvio, salió el torero que lleva dentro y se acopló a una de las embestidas más repetidoras y emotivas de las últimas temporadas. Un toro noble y terciado, con el que el zaragozano se explayó en cites lejanos, aguantando en el embroque con firmeza sobre la pista de patinaje en la que se había transmutado el ruedo. La faena tuvo una gran carga de emotividad y los espectadores, indefensos ante la lluvia, se mantuvieron en sus escaños coreando con fuerza los derechazos y naturales que instrumentaba.

Mientras, el cielo riojano se entretenía en atronar los tímpanos. Se tiró a matar y tras el descabello, afloraron los pañuelos. Salió a hombros de la vetusta Manzanera. Carra se vio con un toro dificultoso y de casta. No lo templó y al final se vio algo desbordado, cosa comprensible en un matador que apenas ha tenido dos oportunidades en toda la temporada.

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