El frío acecha fuera de San Roque
El frío de las noches ha vuelto con el fulminante inicio del otoño a la región. El descenso de las temperaturas no se nota de momento en la mayoría de los hogares. Cerrar las ventanas o ponerse un ropa de abrigo suele bastar para mantener el calor corporal. Sin embargo, 130 personas tienen que dormir al raso todas las noches sin un lugar adecuado donde pernoctar. Son los rumanos que viven en las afueras del poblado de San Roque (Fuencarral) y que hasta la fecha desconocen dónde van a pasar el invierno o cómo se protegerán de las lluvias.El frío ya está haciendo mella en los rumanos, en especial, en los niños pequeños: toses, catarros y dolores de vientre acompañados de diarreas. Ésas son algunas de las dolencias que comienzan a sufrir los inmigrantes como consecuencia de la bajada de las temperaturas. "Están empezando a pasarlo bastante mal. Tienen que dormir con las cazadoras y los jerseys puestos para paliar el frío", señala Roberto Usano, voluntario de la organización Mundo Justo, que atiende a los rumanos.
En el poblado sólo tienen colchones tres o cuatro familias. El resto se tumba sobre cartones o unas delgadas jarapas. Es su único aislante frente el asfalto o la acera sobre la que duermen. Después se meten cuatro o cinco miembros de una misma familia baja una manta y se apiñan para pasar la noche. "No es lógico que unos puedan dormir caliente y bajo una tienda de campaña, como viven los que están dentro del campamento de San Roque, mientras otros, que también hemos vivido en Malmea, tengamos que dormir sin techo", protestaba ayer uno de los rumanos sin realojar.
Sin tiendas de campaña
La Policía Municipal tiene órdenes de impedir que los inmigrantes monten tiendas de campaña desde que el 9 de septiembre les echó de un descampado en el que se habían instalado. Los munícipes aseguraron entonces que se iban a acometer unas obras en ese solar. Dichos trabajos se quedaron esta semana en plantar 50 árboles y pequeños arbustos en el lugar donde los rumanos habían instalado antes una treintena de tiendas. Algunos agentes hacen oídos sordos a sus superiores y permiten a los rumanos que levanten las tiendas durante la noche. El único requisito que les ponen es que las recojan cuando amanezca. "De lo que tienen miedo es del comienzo de las lluvias. Si no les dan una solución, se van a calar hasta los huesos y hay que tener en cuenta que hay muchos niños pequeños", señala Roberto Usano. En las afueras del campamento viven unos 40 menores.
Los inmigrantes han utilizado las vallas amarillas del Ayuntamiento, que les protegen de la circulación de coches, como paravientos. Han colocado ropa entre los barrotes para impedir el paso del aire y conseguir así un pequeño resguardo. "Si esta situación no tiene una solución rápida, podemos pasarlo muy mal. Por lo menos en Malmea dormíamos en las furgonetas o en las tiendas sin que nadie nos molestase y no estábamos vigilados día y noche por tanta policía", recordaba otro rumano junto a sus dos hijos.
El frío y la falta de soluciones han motivado que en las últimas dos semanas hayan abandonado el campamento cinco familias, que pusieron rumbo a la costa levantina y al sur de Francia. Los voluntarios de Mundo Justo creen que volverán a partir de mañana, coincidiendo con el curso escolar. Aseguran que se han ido para vender el periódico La Farola porque en la capital las ventas han disminuido y no alcanzan para que una familia sobreviva.
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