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Reportaje:

Un repaso al mundo del mar

UNo es el puerto más importante del País Vasco, pero quizás sí uno de los más emblemáticos, integrado perfectamente en su ciudad, la de San Sebastián, a la que corresponde el protagonismo marino entre las tres capitales vascas. Allí, en el antiguo edificio de la lonja, en la casa torre del Consulado donostiarra donde se agrupaban los comerciantes marítimos en el siglo XVIII, se encuentra desde 1991 el Museo Naval, iniciativa de la Diputación de Guipúzcoa que pretende recuperar (y lo consigue) la memoria de esa parte de Euskadi que ha vivido y vive mirando al mar. Durante tres años, sus directores, Soko Romano y Jose Mari Unsain, estuvieron rastreando anticuarios, coleccionistas, bibliotecas, cualquier lugar donde pudiera encontrarse una huella salada, para conformar este museo. Así, en 1991 se abrieron las puertas de este simbólico edificio con una exposición permanente que, en dos pisos, recorre la historia de la marina en el País Vasco, desde los primeros balleneros construidos a la manera normanda hasta los últimos buques que salieron de los desaparecidos astilleros de la ría de Bilbao. El mundo del mar ha alimentado buena parte de la literatura de aventuras escrita en el siglo pasado, cuando todavía quedaban islas por descubrir en el hemisferio sur. La vida diaria de los marinos era y es, sin embargo, mucho más rutinaria y al mismo tiempo más compleja: la construcción de los barcos, la progresiva definición de los puertos, los avances en los instrumentos de navegación, sin olvidar el papel fundamental que durante siglos jugó el transporte marítimo en el comercio, son aspectos que dan por sí solos para abrir un museo específico. El de la capital guipuzcoana conjuga todos estos campos navales con sencillez y rigor. El comienzo en la planta baja está dedicado a la construcción de los barcos. Con especial atención a los gremios de la carpintería y la ferrería, las vitrinas de las paredes muestran las herramientas que empleaban los artesanos hace un milenio, igual que hasta hace muy poco tiempo, como reflejan las dos reproducciones de batel ballenero y chipironero que dos carpinteros de Orio construyeron a principios de los años noventa. Escuadras, reglas, plomadas, sierras, serruchos, cepillos, gubias, berbiquís... todas aquellas herramientas que salpicaban los pequeños astilleros de ribera de los puertos vascos se recogen aquí como testimonio de una técnica depurada que llevó a construir barcos que alcanzaron las costas de Canadá, como se recoge documentalmente en otro espacio del museo. Y, una vez construidos, los barcos servían para dedicarse a la caza de la ballena, a la guerra naval y, sobre todo, al transporte marítimo. Como reflejo de esta última e intensa actividad quedan los recipientes en que iban las mercancías: las botellas, las ánforas, los distintos tipos de tonelería, entre los que destaca un barril con clavos perteneciente a un cargamento hundido en la costa vasca hacia el siglo XVII y que presenta una extraña amalgama de hierro y madera, fruto de la compactación mixta de los óxidos de los clavos y la sal marina. Antes de iniciar la subida a la segunda planta, el visitante tiene la oportunidad de ver ocho anclas, entre ellas tres potalas (anclas de piedra) recogidas en pecios encontrados en los puertos de San Sebastián, Getaria y Lekeitio. Este espacio presenta las naves hechas y derechas, en maquetas que tratan de recrear con el mayor rigor posible los originales. Y entre ellas, una de las joyas del museo: la maqueta de los restos de la nao ballenera vasca del siglo XVI que se encontró en Red Bay, en la península canadiense de Labrador. La maqueta ocupó un lugar preferente en el pabellón de Canadá de la Exposición Universal de Sevilla. Luego, las autoridades de este país se la donaron por razones obvias al Gobierno vasco que la cedió a este museo para que ocupara un lugar preferente.

LO QUE HAY QUE VER

En el museo hay un lugar preferente para los distintos modelos de barcos veleros. Tras aquellos sencillos bateles y naves medievales, muchos de ellos con el remo como principal fuerza motriz, llegarían galeones, fragatas, pataches, pinazas, cachemarines, goletas, bergantines y corbetas hasta que aparece el vapor y, con él, el hierro -eso sí, no simultáneamente- en la construcción de los barcos: aumenta el tamaño y el calado y, por consiguiente, los puertos se tienen que reconvertir para que esas naves cada vez de mayor tamaño puedan atracar. Como muestran los paneles del centro de la segunda planta, sólo los puertos de Bayona, Pasajes y Bilbao se mantuvieron aptos para los grandes buques de mercancías, mientras que el resto se dedicó específicamente a los barcos de pesca o a las embarcaciones de recreo. Qué sería de los barcos sin los consiguientes instrumentos de navegación: bitácoras, sextantes, astrolabios, brújulas... que para el profano esconden misterios desconocidos sirvieron para que los barcos vascos avanzaran por mares desconocidos, siguiendo el lema del Consulado de San Sebastián: "Giro la vuelta al mundo/ y al riego de mi sudor/ toda la tierra fecundo/ con la industria y el valor". Y porque el Museo Naval tiene claro que no se puede resumir en dos salas todo el ser de la vida marina, complementa la exposición permanente con dos muestras temporales al año, además de la edición de una revista Itsas memoria. Revista de estudios marítimos del País Vasco, además de los ensayos que se elaboran con motivo de cada exposición. Las últimas han estado dedicadas al puerto de Pasajes y a la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi, creada por el Gobierno vasco durante la guerra civil, después de transformar barcos de pesca en bous de guerra. Y en la tercera planta, un lugar imprescindible para los investigadores: una biblioteca específica, atractivo ineludible del Museo Naval.DATOS PRÁCTICOS

Dirección: Paseo del Muelle, 24. San Sebastián. Teléfono: 943 430051. Horario: de lunes a sábado, de 10.00 a 13.30 y de 16.00 a 19.30. Domingos, de 11.00 a 14.00. Lunes y festivos, cerrado. En verano, igual, salvo las tardes, de 17.00 a 20.30. Entrada: 200 pesetas; grupos (a partir de seis personas), 150 pesetas. Estudiantes y jubilados, 100 pesetas. Parados, entrada gratuita. Jueves, entrada gratis para todo el público. Año de inauguración: 1991, después de tres años de recopilación de materiales.

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