Cabezas
No había visto nunca una cabeza clavada en un palo y me dije que no tenía ninguna obligación de enfrentarme a ello a estas alturas. Prefiero ignorar dónde está Timor a aceptar que hay gente de mi especie con esas habilidades quirúrgicas. Además, todavía no entiendo la silla eléctrica ni el tiro en la nuca, que pertenecen a mi cultura. Quizá sea esconder la cabeza en un agujero, pero prefiero una cabeza en un agujero antes que observándome perpleja desde lo alto de una pértiga. En una vida normal, uno no debería verse obligado a contemplar espectáculos de ese tipo, ni siquiera por la tele. Sabemos de gente cuyas prácticas sexuales son atroces y no por eso nos las muestran. Que corten cabezas, en fin. Yo prefiero creer que vivo en un mundo donde eso no es posible. Hace meses, nos hablaron de otro sitio donde cortaban manos. Durante algún tiempo nos dio mala conciencia coger el tenedor o la cuchara, incluso mordernos las uñas, sabiendo que había gente que no podría hacerlo nunca. Aquellas manos amputadas eran el eco de las nuestras. Ahora estaremos condenados, al menos mientras Timor continúe siendo objeto de consumo informativo, a salir a la calle sin cabeza. Iremos en el metro y en el autobús sin manos, sin cabeza, trabajaremos mancos y decapitados. Mientras haya lugares donde se persiga la tenencia o el uso individual de manos y cabezas con el furor al que hemos asistido estos días, todos nos moveremos por el mundo sin manos, sin cabeza. De ahí que personalmente prefiriera no saber, aunque esté mal decirlo en alguien que vive de escribir en los periódicos. Estoy perdiendo la cabeza. Lo malo es que anteriormente a todo esto, ya había perdido los pies al estallarme una bomba antipersonal imaginaria que voló los de usted al mismo tiempo que los míos, aunque los dos continuáramos andado a causa de la inercia. Y así vamos, sin pies, sin manos, sin cabeza, construyendo un mundo a nuestra imagen y semejanza, un mundo cojo, manco, acéfalo. Un mundo malo. Estamos construyendo un mundo malo, malo. Pero creemos que todo esto sucede en otro cuerpo porque la mayoría vivimos convencidos de tener nuestra cabeza a buen recaudo, dentro del agujero.
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