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Eufemismos

Ayer, miércoles, desayuné con una muestra insuperable del eufemismo mágico latinoamericano que pillé en Internet: el texto íntegro de la carta que Augusto Pinochet acaba de dirigir a la opinión pública de su país para "contribuir en la reflexión que en Chile se está haciendo". Aparte del arbitrario y prácticamente castrense uso que el abajo firmante hace de las preposiciones, se trata de una pieza cúspide del cinismo lírico. El escrito está empapado por el espíritu doliente del prócer, reflejado en expresiones como "... lejos de la Patria...", "... Patria a la que sigo y seguiré amando más que mi propia vida", "... cercano al límite de mis fuerzas... percibo cada vez más cerca el ocaso...", "...con el corazón puesto en Chile...". Es conmovedor cuando confiesa que, durante su mandato, "una de mis principales preocupaciones fue la preservación de la paz para evitar víctimas inocentes".Lo mejor, con todo, son los eufemismos que el general utiliza para definirse a sí mismo y al sangriento golpe de Estado del 73, así como a las torturas, asesinatos y desapariciones de disidentes que siguieron. Resulta que él no fue un golpista ni un dictador, sino, tomen nota, "el actor que, a raíz del colapso de los consensos básicos, como el quiebre de la institucionalidad y los requerimientos mayoritarios de los principales sectores de nuestra sociedad, le correspondió encabezar la importante misión de asumir la conducción política del país".

Pero no hace falta recurrir a Pinochet para toparse con cataplasmas dialécticas destinadas a enmendar el pasado para encontrar acomodo en el presente. En la Comisión de Asuntos Exteriores que se celebró el martes pasado en el Congreso, el Partido Popular no sólo no votó la condena explícita al "golpe fascista militar contra la legalidad republicana", sino que calificó la guerra civil como "un enfrentamiento fratricida en el que una generación de españoles se inmoló en una prueba suprema de sinrazón y odio". Es decir, que un día salimos a inmolarnos porque estábamos de los nervios.

Por el espíritu y por la gramática parecería que Pinochet y el PP beben en la misma fuente intelectual: que no es otra que Fungairiño, el fiscal magistral.

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