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Calvos y canosos RAMÓN DE ESPAÑA

Poco antes del inicio del periodo vacacional, fui abducido en la vía pública por mi amigo F., cronista político de La Vanguardia, y conminado amablemente a compartir unos tragos en el bar Ideal. Evidentemente, no pudimos evitar hablar del futuro de Cataluña, que más que un país es una obsesión. ¿Volverá a ganar Pujol? ¿Conseguirá Maragall relevar a nuestro carismático presidente? Tras brindar por la posibilidad número dos, F. no pudo evitar un comentario lapidario: "Chico, lo grave de la política catalana es que los convergentes y los socialistas no son tan diferentes como quieren hacernos creer. Unos y otros son agradables burgueses catalanistas, proceden de buenas familias y tienen una visión del país bastante similar". F. no intentaba llegar a esa conclusión tan banal y peligrosa de que todos los políticos son iguales, pero sí se lamentaba de que la bipolarización política catalana no tenga ningún componente mínimamente radical. Y como yo ya llevaba cierto tiempo deseando que el foso ideológico entre convergentes y socialistas fuera más profundo, las palabras de F. me deprimieron. Salí del bar convencido de que Cataluña puede escorar más hacia la derecha o hacia la izquierda, más hacia el nacionalismo o hacia un cierto universalismo, más hacia el progresismo o hacia una cierta carcundia... pero nunca dejará de ser esa entrañable entidad burguesa en la que todos vivimos tan cómodamente. Nada más lejos de mi intención que clamar por una revolución sangrienta, pero creo que sí puedo aspirar a que la gente a la que pienso votar haga un esfuerzo para distanciarse de la gente que lleva 20 años en el poder. En ese sentido, agradecería que Maragall dejara de presentarse a sí mismo como el heredero de Pujol para asumir el cargo de alternativa al actual presidente de la Generalitat. Y me encantaría ver más diferencias de las que veo entre socialistas y convergentes. Las más evidentes son puramente estéticas. Los convergentes, por ejemplo, son calvos. La alopecia causa estragos en CiU: Pujol, Duran Lleida, Pere Esteve, Joaquim Molins, Miquel Roca... Hasta Jordi Casas, inspirador del suquet convergente de la Cerdanya, luce una calva espléndida. Puede que en ese partido la alopecia no garantice el éxito (casos Roca y Molins), pero es poco probable que sus matas de pelo conduzcan a la gloria a los consejeros Mas y Pujals: quien mejor situado está en el delfinarium pujolista es Felip Puig, un hombre que, dando muestras de una enorme inteligencia política, cada año está más calvo. En el PSC se llevan las canas: Pasqual Maragall, Joan Clos, Ferran Mascarell... todos parece que un buen día se llevaron un susto tal que se les quedó el pelo blanco. ¿Efectos del pujolismo? Puede ser, pero mientras que a ellos les crece un bonito pelo canoso, a los demás sólo nos sale caspa. Cuando llega el verano, los convergentes se van a la Cerdanya y los socialistas al Empordà. Así se reparten el territorio nuestros prohombres, demostrando que tienen buen gusto: no encontraremos a ninguno de ellos en Castelldefels o en las playas del Maresme. Los convergentes sufrirían una lipotimia en cuanto vieran al primer charnego utilizando la litrona de almohada en la playa. Y los socialistas podrían toparse con esa gente cuyo voto pretenden conseguir sin necesidad de dirigirles la palabra: la clase obrera. Unos y otros optan en verano por un gueto de lujo. Cuando acaban las vacaciones, vuelven a

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