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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Paz en el milenio?

El primer ministro israelí, Ehud Barak, está moviendo con mano maestra los hilos de la negociación con los palestinos en esta reanudación del proceso de paz, que se inauguró oficialmente el lunes pasado. Según los términos del nuevo acuerdo, de aquí al 13 de septiembre del año 2000, a las puertas del milenio, las partes se comprometen, o expresan su mejor voluntad en ese sentido, a establecer un plan de paz que, sin embargo, si se cumplen las pretensiones del político laborista, inicialmente sería sólo provisional.Barak ha pedido al presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, que en ese año se discuta todo menos los asuntos que más separan a las partes: el estatuto de Jerusalén, que los israelíes quieren entera para sí, y los palestinos, que se les reconozca al menos una porción; y la suerte de los casi cuatro millones de refugiados palestinos, para los que los árabes reivindican el derecho de volver a lo que hoy es territorio de Israel. La postura de Arafat es ambigua porque no se niega a negociar sobre esas bases, pero tampoco garantiza que le baste lo que se consiga en ese año.

Al mismo tiempo, y para endulzar la píldora, Barak sugiere que el líder palestino podría proclamar su Estado independiente sobre la marcha, aunque no hubiera todavía un acuerdo de paz. A Arafat, en definitiva, se le ofrece lo que más anhela: presidir, cuando aún puede, un Estado nominalmente independiente, sin perjuicio de que las cuestiones verdaderamente cruciales para lograr una paz duradera se sigan negociando, incluso con un plazo de años por delante.

La propuesta del israelí es inteligente, aunque peligrosa. De un lado, crea tiempo para que las partes puedan ganar confianza la una en la otra, puesto que no niega la posibilidad de que en el futuro Jerusalén pueda contemplar los dos problemas a una luz más favorable que en la actualidad; pero, de otra, también puede reforzar el convencimiento palestino de que Israel nunca cederá en lo esencial y de que todo esto no es más que una maña con la que maquillar su intransigencia.

La jugada de Barak podría ser positiva si al menos se le dieran a Arafat garantías de alguna futura flexibilidad sobre ambas cuestiones; si aplazar las cosas, en cambio, sólo significa demorar la intransigencia y que los refugiados se busquen la vida donde puedan, para ese viaje no harían falta estas alforjas, aunque a lo que se negocie y proclame se le dé el nombre de Estado de Palestina independiente.

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