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El árbol de la libertad agoniza

Las autoridades dispusieron que se plantara un olmo en la plaza de cada pueblo para celebrar la Constitución de 1812, recién aprobada por las Cortes de Cádiz. El árbol simbolizaba las libertades constitucionales y la democracia: bajo su amplia sombra protectora acogía a todos los ciudadanos y a las actividades que desarrollaban. Durante casi dos siglos, allí se han sentado a conversar los vecinos, se han intalado los tenderetes de los mercadillos y los niños han jugado en las cavidades del tronco. Pero estos árboles majestuosos, con una copa que alcanza los 35 metros de altura, corren un serio peligro. La grafiosis, una enfermedad detectada en Holanda en 1919, está diezmando a los olmos monumentales a un ritmo vertiginoso y los ha dejado al borde de la extinción. Hasta el punto de que en la Comunidad Valenciana apenas sobreviven a esta plaga en la actualidad una veintena de ejemplares adultos con más de un siglo de vida, como los de Montortal, el santuario de la Font Roja o el de la plaza de Aras de Alpuente, según las estimaciones del director del Programa de Árboles Monumentales de la Diputación de Valencia, Bernabé Moya. Y de los numerosos símbolos vegetales de la libertad que se plantaron en las plazas de los pueblos en 1812 tan sólo resisten a la enfermedad los de Castellnovo y Navajas, en el Alto Palancia. "Por culpa de la grafiosis, los olmos de Soria a los que cantaba Machado ya no existen", asegura Moya, "y el de la Alhambra está afectado por la enfermedad". Ha llegado a la conclusión de que, salvo pequeñas reservas en las cuencas del Júcar, el Tajo y el Segura, las olmedas son "casi inexistentes en España, a pesar de que hace años formaban bosques frondosos por toda la península". En los últimos años, la lista de olmos históricos valencianos de Moya ha ido menguando sin descanso. Han caído el de la ermita de Tuéjar y el de Buñol, el de las cuevas de Utiel y el de la Fuente Blanca de Carlet... "Algunos contrajeron la enfermedad y murieron en tres meses, como el de Buñol, mientras que otros, como el de Tuéjar, se fueron debilitando durante siete años", aclara Moya, que acaba de diagnosticarle la temida grafiosis a un olmo centenario de Albaida. El experto en árboles afirma que en España no hay ningún olmo resistente a la grafiosis. La enfermedad es una condena de muerte ejecutada por un hongo microscópico, el Ophiostoma novo-ulmi. Basta con una sola espora de estos hongos, transportada de olmo en olmo por los insectos, para que enferme un árbol. Lo que explica el devastador efecto de esta enfermedad, que ha acabado con millones de ejemplares. Moya detalla que estos hongos le causan una trombosis al árbol: crecen en sus vasos formando esporas reproductoras y los obstruyen, de forma que impiden la conducción de la savia. Además, emiten sustancias tóxicas que impiden el flujo del agua y segregan enzimas que degradan la pared de los vasos conductores. "Provoca la deshidratación del árbol, al no dejar que el agua suba a la copa", comenta. Un ataque en toda regla que se aprecia en la hojas. Amarillean y se marchitan de forma progresiva, sin caer de las ramas, hasta que muere el árbol. A pesar de las numerosas inyecciones ensayadas, Moya reconoce que todavía no existe ningun remedio eficaz contra este hongo letal: "Da igual lo que le inyectes al árbol, como la enfermedad rompe los vasos no puede circular por ellos ningún producto para limpiarlos". Por ahora, sólo pueden combatir la grafiosis cortando los olmos secos para que no transmitan la enfermedad y prolongando con sus cuidados la vida de los que sobreviven. La única esperanza de Moya es que estos hongos, que siguen a rajatabla una dieta única de olmos, mueran de inanición al quedarse sin alimento y subsistan ejemplares aislados de olmos en lugares remotos. Mientras, el Ophiostoma novo-ulmi se mantiene fiel a su régimen constitucional.

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