Ser otro
La mirada del fotomatón antiguo era la de un policía. Te metías en la cabina callejera, corrías la cortina, introducías la tristes monedas en la ranura melancólica, y sabías que la máquina te estaba haciendo la ficha. No llegaba a pedirte que te pusieras de frente y de perfil, porque no se había inventado el sintetizador de voz, pero tenías que mostrar una de las orejas al objetivo. Para el carnet de identidad y el pasaporte pedían justamente eso: una foto de oreja. A veces, uno se preguntaba quién habría al otro lado del objetivo, y aunque ya sabíamos que no había nadie, tampoco ignorábamos que el punto de vista narrativo del fotomatón correspondía al de un funcionario de la Dirección General de Seguridad. Entonces todos los taxistas eran confidentes de Fraga y todas la máquinas de retratar espías de Carrero Blanco. En los interrogatorios, lo primero que te enseñaban era una foto donde se te veía en medio de una manifestación levantando el puño. Yo siempre tuve miedo de que me mostraran una instantánea de un fotomatón masturbándome o algo parecido. No es que me metiera en esas cabinas para practicar el onanismo, pero tampoco he traficado nunca con nada y en las fronteras todavía se me pone cara de sospechoso: no puedo evitar esa sensación de culpa cada vez que paso de un lado a otro de la raya. Era algo desesperante, en fin, permanecer en el interior de esas cabinas sabiendo de qué tipo de mirada estabas siendo objeto, pero había que pasar por ello si querías tener identidad o viajar a París a ver el Louvre. Luego, cuando abandonabas la cabina y esperabas con las solapas de la gabardina levantadas a que se terminara el proceso de revelado, siempre soñabas con que apareciera la fotografía de otro en el cajetín. Habría sido hermoso ir a París en auto stop siendo bizco, como Sartre o un poco cojo, como Byron, o bien luciendo en el labio superior una cicatriz como la que le hacía sonreír a Bogart de aquella manera tan siniestra. Queríamos ser otros, en fin, pero el fotomatón era un instrumento puesto al servicio de la realidad, como el espejo, y no estaba dispuesto a permitírnoslo.
Como el espejo, decíamos: y es que muchas veces también al salir de la ducha y pasar la mano por el velo de vaho que lo cubría soñábamos con que el azogue nos devolviera una imagen diferente a la habitual. Y lo lográbamos, pero durante unas décimas de segundo nada más. Desde el otro lado, entre los jirones de vapor de agua, un otro que sin embargo éramos nosotros nos contemplaba con sorpresa, preguntándonos: ¿Cómo has podido caer tan bajo siendo yo? Y es que los espejos, como la calle, también eran entonces de Fraga y te sacaban de frente y de perfil, para avisarte de que podías dar con tus huesos en la cárcel al menor descuido. Déjate de juegos, muchacho. ¿Qué es eso de querer ser francés o sueco o belga teniendo unos modelos españoles como Felipe II o el general Mola?
Así que mientras los jóvenes normales (¿normales?) de otros países crecían con la idea de hacerse arquitectos o maestros de escuela, nosotros sólo queríamos ser otros. Se trataba sin duda de una otredad chapucera, poco académica, como producto que era del autodidactismo. Pero más tarde he conocido a otros franceses, alemanes, incluso suecos, a los que no teníamos nada que envidiar.
Los tiempos han cambiado: la gente ya no quiere ser otra, sino ella misma. Se nota en los fotomatones, que han dejado de ser instrumentos para el cambio fantástico de la identidad, o de la ficha policial, para convertirse en juguetes. No sé si han visto ustedes las nuevas máquinas repartidas por Madrid y sus centros comerciales, que invitan adoptar poses sin que la cámara dispare hasta que uno da con la expresión de sí que más le gusta. Han logrado reunir la cámara y el espejo en un solo artefacto.
Y la mirada del objetivo ya no es la de un policía, sino la de un artista gráfico. Puedes ponerte de perfil, si quieres, pero no para hacerte la ficha, sino para que juegues también con la posibilidad de ser egipcio sabiendo, desde luego, que no hay ninguna posibilidad de que ello ocurra. ¿Quién desea ser egipcio?
Muchos jóvenes se pasan hoy las tardes y las noches en el interior de las máquinas de fotomatón, a veces en grupo, jugando con su identidad sin arriesgarse a perderla. Y cuando ven a Fraga en la tele, les parece que es un deshecho arqueológico. Pues eso que han ganado.
Enhorabuena.
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