Del imperio al caos
Un informe de la ONU afirma que la transición económica en la ex URSS ha sido "letal" para millones de personas
El escándalo de la corrupción rusa destapado en las últimas semanas ha vuelto a poner bajo los focos de la atención internacional la desastrosa situación política, económica y social de la antigua URSS y, por extensión, de buena parte de los países del ex bloque soviético. Los políticos de Washington han acuñado la frase "cleptocracia oligárquica" para definir el régimen de la nueva Rusia, y el propio director del Fondo Monetario Internacional (FMI), Michel Camdessus, acaba de describir con tanto acierto como retraso la raíz del problema: "No vimos que el desmantelamiento del aparato comunista era el desmantelamiento del Estado. Hemos contribuido a crear un desierto institucional en una cultura del engaño, de economía negra, de rapiña por los privilegios heredados del comunismo...". Este análisis de Camdessus es cuantificado y aumentado en el informe recientemente elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo sobre el coste humano que ha tenido la transición al capitalismo durante esta década en los países del Este de Europa, Rusia y las ex repúblicas soviéticas. El informe comienza señalando que el término transición "es un eufemismo para lo que en realidad ha sido una gran depresión", y concluye afirmando que dicha transición "ha sido literalmente letal para una mayoría de gente".
La excepción a la regla son Polonia, la República Checa, Eslovenia, Hungría y los países bálticos, que han sentado las bases para una economía más eficiente, pero el fracaso ha sido la norma en la mayoría de los países y además en los más poblados de la región -Rusia, Ucrania, etcétera-, en la que, según el informe, "más de cien millones de personas han sido arrojadas a la pobreza". La catástrofe humana ha sido aún más grave, pues su situación de partida, pese a la absoluta falta de libertades y de participación política, era buena en términos de seguridad en el empleo, ingresos y acceso a la educación y a la sanidad.
El informe de la ONU establece siete apartados del coste humano de la transición: la caída en picado de la esperanza de vida, que entre la población masculina de Rusia pasó de 62 a 58 años en el periodo 1980-1995; el incremento de la tasa de mortalidad, caracterizada por la extensión de enfermedades como el sida y la sífilis -su incidencia se ha multiplicado por 15 en la antigua URSS- y la reaparición de algunas antes erradicadas, como la tuberculosis, la polio y la difteria; el empobrecimiento de la población, con sus secuelas de malnutrición, anemia, consumo de alcohol y drogas, huérfanos y suicidios -cuya tasa supera en tres veces a la de la Unión Europea-; el aumento espectacular de la desigualdad entre ricos y pobres y entre hombres y mujeres; la destrucción del sistema educativo -con un recorte en los presupuestos del 50%-, y el incremento del desempleo, superior al 10% en la mayoría de los países y con cotas del 2% en Armenia y del 30% en Moldavia.
Son algunas de las consecuencias sociales derivadas, según los autores del informe, de unas decisiones económicas calamitosas, como "la liberalización instantánea e indiscriminada de los precios", al contrario del proceso "selectivo y gradual llevado a cabo en China y Vietnam", que produjo una espiral de hiperinflación en la mayoría de los países de la región, con tasas que superaron el 1.000% en 15 países de la zona. La explosión de precios tuvo lugar en medio de una proliferación de guerras civiles -Tayiskistán, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Chechenia- con su secuela de millones de refugiados y desplazados, y en un ambiente de ausencia total de competencia heredado de la era comunista. Esta circunstancia fue aprovechada por los monopolios públicos recién privatizados "para subir precios y explotar su posición dominante en el mercado". Todo lo cual se tradujo en enormes déficit públicos, la drástica reducción del crecimiento económico -el producto nacional bruto (PNB) de la antigua URSS en 1997 era poco más de la mitad (55%) del de 1990-, el colapso de la inversión en más de un tercio, la contracción del empleo, el auge de la economía sumergida y la reducción de los salarios. La espectacular pérdida de poder adquisitivo de la población lo ilustra el caso de Moldavia, donde "la capacidad de compra de un salario medio de 1997 equivale al que tenía en 1967".
El informe destaca que en el conjunto de los países del ex bloque soviético la población por debajo del umbral de pobreza pasó del 4% en 1998 al 32% en 1994, es decir, de 13,6 millones de personas a 119,2 millones. Esta precipitación en el vacío de la ruina ha estado acompañada, entre otros males, de la malnutrición de niños y mujeres -el 65% de las mujeres de Uzbekistán entre los 15 y los 50 años sufría anemia en 1994-, raquitismo infantil, abortos y el incremento exponencial de delitos relacionados con las drogas, que en el caso de Rusia se multiplicaron por cinco entre 1991 y 1996.
El impacto demográfico de este conjunto de calamidades lo evalúa la ONU en la desaparición en las estadísticas de población de 9,7 millones de hombres, principalmente en Rusia y Ucrania, que hubieran sobrevivido si no hubiera habido "una deserción política del Estado" y el imperio soviético no se hubiera hundido en un océano de caos.
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