La factura de los psicofármacos
Bueno es que todos -pacientes y profesionales- seamos conscientes del coste derivado de las actuaciones médicas para curar o mitigar la enfermedad, gracias a informaciones como las publicadas por su periódico el pasado día 29 de agosto sobre la salud mental. Sin embargo, pienso que las consideraciones en términos de coste no deberían ser tan determinantes a la hora de la elección terapéutica. En el tratamiento de la enfermedad mental cada vez es mayor el peso de la psicofarmacología frente a otras op-Pasa a la página siguiente
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ciones, fundamentalmente por decisión del profesional especialista y también por la propia preferencia del paciente, que escoge tratamientos de probada eficacia, seguros, tolerables y que no requieren frecuentes visitas ni excesiva dedicación de tiempo.
Los nuevos psicofármacos, que han sido muy bien recibidos por la mayoría de psiquiatras debido a las ventajas que suponen, nos han permitido ofrecer a los enfermos mentales tratamientos que, en el caso concreto de los nuevos antipsicóticos para la esquizofrenia, superan en eficacia a los antiguos. Además, todos los psicofármacos de reciente aparición son mucho mejor tolerados por el paciente, ya que no provocan efectos secundarios molestos, que sí ocasionaban los antiguos.
Gracias a estas mejoras se han reducido significativamente los elevados índices de abandono del tratamiento que se daban con los fármacos clásicos, y, a su vez, han tenido un efecto muy positivo sobre otro tipo de costes de la enfermedad mental. Sin negar su elevado precio, es preciso admitir el gran valor que aportan estas nuevas opciones farmacológicas al enfermo y a la sociedad en su conjunto, después de una espera de cuarenta años sin grandes aportaciones en este campo. Se trata, por tanto, de un fenómeno merecedor de análisis menos simplistas.
Como psiquiatra, es mi deseo que el paciente mental sea considerado como cualquier otro paciente y pueda beneficiarse de las indudables mejoras psicofarmacológicas actuales. Esto, obviamente, tiene un coste. Pero, al igual que nadie se replantearía hoy día la posibilidad de abandonar un programa de trasplantes de órganos por el solo motivo de su elevado coste, no debería evaluarse la "bondad" de un nuevo tratamiento psiquiátrico sólo por su precio.- .
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