Alfa y omega
Resulta difícil imaginar que exista un texto más utilizado por los compositores durante el último milenio que el ordinario de la misa, toda una seña de identidad que recorre varios siglos de la tradición cultural occidental. En Utrecht han sonado dos obras que simbolizan dos momentos culminantes de una historia surcada de obras maestras: la primera misa polifónica conservada de un autor conocido (la Messe de Notre Dame de Guillaume de Machaut) y una de las expresiones cimeras del espíritu humano: la Misa en si menor de Johann Sebastian Bach. No es frecuente poder escuchar la Misa de Machaut, y menos aún en una versión tan extraordinaria como la ofrecida aquí por el Ensemble Gilles Binchois. A cappella y sin una sola concesión al lucimiento personal o las modas dominantes, Dominique Vellard sitúa la música de Machaut en el marco litúrgico de la fiesta de la Asunción de la Virgen y se vale para ello en las secciones del Propio de una fuente de Cambrai del siglo XIV. En la polifonía todo obedece a una lógica interna implacable, y los melismas se integran con naturalidad en un discurso polifónico articulado en grandes bloques que buscan las consonancias. De la delicadeza del Benedictus al esplendor del Ite missa est, Vellard tampoco escatima recursos dinámicos, y en el que parece su territorio natural, la Edad Media, consiguió emocionar con una versión honda, austera y muy madurada al público que atestaba la Jacobikerk.
La Misa en si menor dirigida por Jos van Veldhoven al frente del Coro y la Orquesta de la Sociedad Bach de Holanda, elegida para clausurar el festival, se parece muy poco a las que suelen escucharse habitualmente. Las tesis de Joshua Rifkin, que propugna la utilización de un solo cantante por voz, empiezan a calar cada vez más entre los intérpretes de las obras corales de Bach. Veldhoven, en línea también con los postulados de Wilhelm Ehmann, sigue aún recurriendo al coro en muchos momentos, pero los solistas tienen confiado un papel fundamental en lo que tradicionalmente han sido pasajes corales (Crucifixus, Qui tollis peccata mundi, comienzos del Kyrie y el Credo). El contrapunto de Bach pierde así una monumentalidad innecesaria y se reviste de una transparencia insólita, aunque las nuevas texturas, límpidas y casi camerísticas, no le privan a la obra de un ápice de grandeza.
Secciones como el segundo Kyrie, el Confiteor o el comienzo del Credo, entroncados en la gran tradición contrapuntística, emparentan de algún modo la Messe de Notre Dame de Machaut y la Misa en si menor de Bach, algo así como el alfa y el omega de un modo ya perdido de concebir la creación musical. Presentarlas en interpretaciones de este calibre y con tan alto grado de consciencia histórica constituye todo un indicador del talante de un festival.
Babelia
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