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Tópicos y estrategias JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Toda campaña electoral se construye en torno a unos cuantos tópicos. Uno de los primeros en aflorar en la perspectiva de las elecciones autonómicas ha sido el del debate de altura. El argumento dice más o menos así: dada la talla intelectual de los dos principales candidatos, la campaña puede y debe consistir en un debate de alto nivel sobre el presente y el futuro de Cataluña. No sólo me parece una falta de respeto para los otros muchos candidatos que Cataluña ha dado -algunos de solvencia intelectual tanto o más contrastada que la de Pujol o Maragall- sino una pretensión imposible. Esta campaña -como todas- se estructurará sobre media docena de eslóganes. Y en este sentido Maragall arranca con ventaja. Ha conseguido lo que ninguno de sus antecesores logró: que se dé por supuesto que, por fin, unas elecciones autonómicas son realmente competitivas. No es una conquista menor, porque la primera condición para que unas elecciones sean igualadas es que la gente crea que lo serán. La guerra de los eslóganes y de la búsqueda del titular efectista sirve, sin embargo, para revelar las cuestiones de fondo que los candidatos no van a debatir -a lo sumo las utilizarán como armas arrojadizas, unos contra otros- pero que no dejan de ser los problemas estructurales de la vida política catalana. Desde las elecciones municipales, Pujol está siguiendo una estrategia defensiva pero precisa. Todos sus esfuerzos están volcados en un objetivo principal: hacer un pleno de los suyos, lo cual, aunque Maragall parezca dudarlo, siempre es premisa indispensable para ganar: sólo el que es capaz de movilizar por completo a su electorado natural está en condiciones de arañar votos del adversario. Pero en el caso concreto de Pujol es premisa indispensable para no perder, porque en el leve pero constante declive que Convergència i Unió ha sumado en las últimas convocatorias electorales difícilmente puede pensar en arrastrar el voto "apache". En esta obsesión por asegurar y cohesionar el voto propio, reaparecen las frases de las grandes batallas: "Maragall está buscando el voto anticatalán", dicen voces de la coalición nacionalista. Se trata de una forma de convocar a los suyos a luchar contra el enemigo: el anticatalán. Es una manera de mantener viva la idea de los momentos difíciles: que en Cataluña hay buenos catalanes, los que asumen los criterios de corrección política convergente, y malos catalanes, en diversos grados, que van desde las ovejas descarriadas del catalanismo de izquierdas hasta algunos abstencionistas de las autonómicas que son ejemplo de prudencia y respeto cuando se quedan en casa y que son anticatalanes si tienen la ocurrencia de ir a votar. Reaparece así una cuestión de fondo que forma parte de los tabúes de los años del pujolismo. Viendo que desde Convergència i Unió se reitera el discurso del enemigo en casa; leyendo artículos en que se agradece y aplaude el buen sentido de grupos de ciudadanos de Cataluña originarios de otros lugares de España que prefieren dejar para los catalanes las elecciones autonómicas; oyendo como Pasqual Maragall desarrolla su campaña mucho más preocupado por la pequeña franja de electores que pueda arrebatar a Convergència i Unió que por el llamado voto felipista del cinturón, surgen muchas preguntas que realmente merecerían un debate. el debate que la campaña electoral no traerá. Es casi un tópico de la vida política catalana que gracias al esfuerzo de la izquierda (los sindicatos y el PSUC primero, el PSC después) se consiguió una integración no traumática de la inmigración en la vida política y cultural del país. Veinte años después de todo esto, cuando se tendría que estar planteando la plena incorporación a la política catalana de los inmigrantes suramericanos y magrebíes que llevan ya tiempo en Cataluña, desde el nacionalismo todavía se habla de voto anticatalán y parece como si el primer candidato de la oposición diera por hecho que conseguir el pleno de los suyos -del voto socialista- es imposible y que hay que ir a ganar en el terreno del nacionalismo. La pregunta es obligada: ¿se ha conseguido integrar a la inmigración en la vida política institucional catalana o se ha conseguido neutralizarla? Lo que las gentes bienpensantes del nacionalismo llaman respetuosa actitud de abstenerse en unas elecciones que no sienten como propias conduce a una democracia censitaria de carácter voluntario. Gane Pujol o Maragall, el verdadero cambio en Cataluña sería que las elecciones autonómicas dejaran de ser las de más baja participación de toda España y se acercaran a las cotas de las elecciones valoradas por el electorado como realmente importantes. Entonces sí podría empezar a hablarse de integración efectiva en la vida política catalana, aunque fuera al precio de que el reparto del poder autonómico empezara a cambiar de familias y de casta. Algo que Carod Rovira reclama y con razón. Se me dirá que si esto ocurriera, Maragall ganaría seguro. Por esto es más incomprensible que, al modo de Pujol, no centre su campaña en buscar el pleno de los suyos: el electorado de izquierdas.

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