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De Madrid al cielo

Juan José Millás

Mucha gente que se encontraba de vacaciones ha cogido Madrid en marcha y está todavía perpleja, dudando si comprar en Continente o en Pryca, aunque quizá a estas alturas dé lo mismo una cosa que otra. La realidad analógica se parece cada día más a la virtual en esa ausencia de jerarquías, de grados, de identidad. El otro día falleció un empleado de Barajas, Saturnino Zama, y según la noticia pertenecía el pobre a una subcontrata, que viene a ser lo mismo que no pertenecer a nadie, a nada. Antiguamente, las empresas te colocaban una esquela en el periódico cuando morías en acto de servicio. Pero ya no hay empresas, sino subcontratas o chiringuitos de trabajo temporal que se han inventado para eso, para no gastar dinero inútil en los funerales de los obreros, que caen como moscas gracias al ahorro obtenido con el recorte de las medidas de seguridad. Todo, en fin, deviene en una especie de albóndiga cuyos componentes resultan ininteligibles para el usuario ingenuo: usted mismo y un servidor de usted. Pasar de la lógica personal de agosto a la de septiembre es más peligroso que cambiar de vagón con el metro en marcha. Debería estar prohibido. Hace uno todos los esfuerzos del mundo por ponerse realista, pero no es fácil en una ciudad que acaba de batir el récord de beatificaciones, por ejemplo. Parece que nuestro arzobispo de guardia, un tal Rouco Varela, en lugar de fusionarse con otras religiones, como hacen Pryca y Continente para apretar las tuercas a los proveedores, se dedica a fabricar santos y beatos en serie. Por lo visto, nuestra diócesis, o lo que sea, es la que presenta más candidatos a la santidad de todo el mundo. Pero lo que ha conseguido con eso el arzobispo es depreciar el valor del santo y del beato que está por los suelos.

Cuando yo era pequeño, mis padres conocían a unos señores de la Guindalera en cuya familia había un beato. El prestigio de aquella gente era enorme. Yo coincidía al ir al colegio con una de las hijas y juro que le veía una aureola de santidad alrededor de la cabeza. A lo mejor se la clavaban en la nuca, como a las imágenes de escayola, al salir de casa, porque lo cierto es que no fui el único en vérsela. Otro compañero, que ahora es agnóstico y que hasta la semana pasada juraba que el mejor pescado de Madrid se vendía en Continente, también se la vio más de una vez. En cualquier caso, lo cierto es que era un honor tener en la familia a un beato, o a una beata, no digamos a un santo.

Ahora no, ahora te dicen que han santificado a Fulano y te parece un ascenso simplemente, como cuando a un jefe de sección de Pryca lo hacen subdirector de Continente, o viceversa. Es más, si haces una encuesta preguntando qué prefiere el público, si conocer a un subdirector de Pryca o a un beato de Rouco, te dirán que a un subdirector, porque en Navidades te puede conseguir los percebes a buen precio, y eso sí que es de verdad un milagro.

Además, los santos iban antes al cielo, lo que tenía su encanto, pero el Papa acaba de decir que el cielo no existe, al menos como nos lo habíamos imaginado, sino que es una especie de subcontrata del estado de ánimo. Hoy se subcontrata todo, hasta el infierno, para reducir costes. Curiosamente, en la misma página del periódico donde se daba la noticia del frenesí beatificador de Rouco Varela, había también una información según la cual Sanidad había abierto 120 expedientes en tres años contra los "productos milagro": las pulseras de cobre y todas esas cosas que lo mismo te quitan una migraña que un tumor. Y aunque las dos noticias estaban debidamente separadas, se percibía que en una sociedad más racional que la nuestra, Sanidad podría haber expedientado también a Rouco Varela por vender estampas que lo mismo sirven para arreglar un roto que un descosido. Lo sorprendente es que el ministro del ramo crea más en las virtudes terapéuticas del apóstol Santiago, por ejemplo, que en las propiedades curativas del cobre.

Todo es muy raro, pero a primeros de septiembre más. Viene uno con la lógica vacacional encima, habiendo alcanzado quizá algunos acuerdos realistas con la propia conciencia, pero cambia de mes, o de vagón, y no sabe si lo que tiene frente a sí es Continente o Pryca, Tribunal o Noviciado, la avenida de América o la Quinta Avenida. De modo que hay que llevar a cabo un ajuste mental para hacerse cargo de que ha desembarcado uno en la ciudad irreal por excelencia, una ciudad rellena de arzobispos y de santos y de violeteras, cómpreme usted este ramito. Menos mal que siempre nos quedará Hypercor.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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