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Interesante y complicado

A las alturas del verano la cuestión política sobre el tapete no era ya determinar el momento de las elecciones sino la duración de la campaña. Apenas quedaba margen ya para evitar que las consultas se solaparan de modo que lo verdaderamente importante no ha sido que Aznar haya decidido concluir su mandato sino que los suyos desde la pasada consulta parecen haber optado por comenzar una campaña que va a resultar larga y virulenta. En este momento ya no puede pensarse que sea tan sólo la resaca de aquellos resultados la que explique el tono que desde hace semanas viene adoptando el partido del Gobierno. Esta actitud, que es inevitable que se transmita al conjunto del panorama político, tiene el grave inconveniente de que sustituye el debate de la jarana. Si aparece algún escándalo -es probable, porque la proclividad a producirlos y airearlos sólo es antecedida en la adicción de la clase política por la financiación ilegal- vamos a tener unos meses insoportables desaprovechando la ocasión para enfrentarnos con un curso político que, si es complicado, reviste un considerable interés por lo que tiene de imprevisible.Vamos a tener, en efecto, una catarata de elecciones cuyos resultados se influirán los unos sobre los otros y un panorama de opinión bastante abierto con noveddes que no acaban de percibirse como tales. Quizá la primera sea un candidato socialista que tiene posibilidades reales de ganar las generales a pesar de estar todavía inédito. Hace algún tiempo Carles Boix publicó un estudio acerca del mercado electoral del PSOE y la manera en que se fue deteriorando como consecuencia de su propia gestión. En él se recordaba que en 1982 fue decisivo en la victoria del PSOE el millón de votos centristas y más aún que el 75% de la masa de centro izquierda -un cuarto del electorado- optara por él. Luego, con su política redistributiva, el PSOE consolidó apoyos sociales pero perdió, gracias a escándalos y presión fiscal, la clase media urbana. Las posibilidades de que un candidato como Borrell pudiera llegar a este electorado han sido siempre remotas. Ahora le toca a Almunia despejar la incógnita de si será capaz de hacer, con rasgos distintos, lo que González logró un día.

Almunia es, por tanto, un buen candidato pero sucede que Aznar también, aunque por razones distintas de las que cree. Nadie le puede regatear aciertos pero ya hubieran querido un Suárez o un Calvo Sotelo gozar de una coyuntura mundial como la suya. Ha sabido, además, mantener unido su partido más que ellos pero siempre ha tenido obvias limitaciones y va a ser juzgado por lo que ha hecho y no por oponerse a González. Ahora, como siempre, trompeteará el centro porque no existe regla más clara en la política española que hay elecciones cercanas si el PP utiliza ese lenguaje. Su gran aliado es que todas las encuestas revelan que la mayoría de los españoles esperan su triunfo y eso hace pensar que no pocos de los nada entusiastas pueden optar por él en el último momento.

Las novedades no se reducen a eso sino que, por lo menos, hay cuatro realidades más sobre el tapete que pueden modificar el panorama político español y que sólo en los próximos meses quedarán clarificadas. Por vez primera aparece un grupo de extrema derecha -el GIL- capaz de poner en dificultades al PP sin que este último haya definido su perfil centrista. No está claro qué implantación puede tener pero todavía es más confuso quién le puede arrebatar su ventaja en el Estrecho. Izquierda Unida no cuenta: ha quedado reducida a un mínimo electoral y, además, condenada a una posición subalterna. En Cataluña aparecen dos posibles novedades: una eventual alternativa a Pujol y su verosímil cambio de actitud en el caso de que revalide. En el País Vasco se abre un nuevo panorama con la consolidación de la pluralidad mientras el proceso de paz va lento pero no mal. Un panorama barroco y novedoso: ojalá la gresca no lo estropee.

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