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LA CRÓNICA La alegría de ser extranjero ENRIQUE VILA-MATAS

Enrique Vila-Matas

He pasado 11 días de agosto en el extranjero, en la playa de Canyamel, junto a las cuevas de Artà, Mallorca. Una experiencia nueva, no traumatizante. Después de todo, siempre deseé llevar a la práctica una idea de Elías Canetti en un aforismo: "Alguien se jura vivir en su propio país disfrazado de forastero hasta que le reconozcan. Muere, profundamente amargado, como forastero". El problema es que en Canyamel uno no puede jugar a disfrazarse de forastero; si eres mallorquín, catalán o de cualquier lugar de La Mancha, eres extranjero en Canyamel, junto a las cuevas de Artà, desde el momento mismo en que pisas ese lugar. No creo que ocurra algo parecido ni siquiera si uno entra en la base norteamericana de Torrejón de Ardoz, porque allí el porcentaje de españoles debe de ser más alto. En Canyamel, más del 98% de la población es alemana. Canyamel tiene algo de experiencia piloto de lo que puede ser la isla de Mallorca en un futuro no muy lejano. Canyamel haría felices a esos dos parlamentarios alemanes que propusieron que la isla fuera una región (land) de Alemania. De este asunto se han reído mucho algunos mallorquines cuando, en realidad, no es ninguna broma. Por una serie de azares que se aliaron diabólicamente, fui a pasar 11 días de agosto a un hotel frente al mar en Canyamel. Pasadas 24 horas de nuestra llegada, nos enteramos de que éramos los primeros clientes españoles de toda la larga historia del hotel. Lo descubrimos cuando, con gran amabilidad, se nos trató de café aparte, quiero decir que se nos explicó que el generoso desayuno estaba incluido en el precio de la habitación, pero que, en el caso de que no quisiéramos café alemán sino español (de máquina), deberíamos pagar un suplemento. Aunque no sabíamos muy bien lo que pasaba, pues todavía no éramos conscientes de en qué país estábamos, no nos pareció del todo mal, más bien muy irónico e imaginativo, tener que pagar un precio, sufrir un castigo por ser de tierra de tan mal café. Tampoco nos había parecido mal, unas horas antes, que en el televisor de la habitación sólo funcionaran los canales alemanes y que, a la espera de que llegara un técnico del hotel, hubiéramos tenido que vivir -era el día 11 famoso- el eclipse en alemán. Canyamel es un lugar ideal para eclipsarse, pero para ello tienes que darte cuenta, primero, de dónde estás realmente y de las ventajas fantásticas que te han regalado los azares que se aliaron para situarte en el extranjero. Un método absolutamente infalible para saber si te encuentras en una ciudad u otra es mirar un buen número de matrículas de los coches. En Canyamel ese método falla estrepitosamente, porque hay tantos coches alquilados y con matrícula de Baleares que uno, en las primeras horas, se confunde. Seré sincero: cuando finalmente alguien te informa de dónde realmente estás, tú, pasada la primera reacción (que es de lógico escalofrío), conoces la alegría de sentirte extranjero, la alegría de estar en Canyamel, playa ideal para eclipsarse, lugar pacífico donde los haya porque todo el mundo habla en voz baja y nadie rompe un plato (no es como, por ejemplo, en El Arenal, cerca de Palma, donde es costumbre germana muy extendida beber colectivamente sangría en un cubo de fregona). Canyamel es lo más parecido que existe a un barrio de clase media de Hannover o de Braunchsweig, pero con sol, playa y palmeras. Canyamel te permite protagonizar una Entwicklungsroman, una novela de aprendizaje, y empaparte de las esencias fundamentales de la existencia, tales como el orden y el tedio profundo. Canyamel, entre otras ventajas más, te ofrece la absoluta seguridad de que no vas a encontrarte con ningún pelmazo, con ninguno de esos compatriotas tuyos, amigos o conocidos, tan amantes del barullo. En Canyamel nadie te conoce y tú no eres nadie, están en un paraíso por el que de vez en cuando, eso sí, circula algún ser desesperado como, por ejemplo, esa madó mallorquina que, al cruzarse con nosotros y oírnos hablar en una lengua que todavía recordaba, nos gritó emocionada: "Buenas tardes tengan". Canyamel anuncia un posible futuro de Mallorca. El único camarero español que encontramos nos señaló a un cliente habitual, un comerciante de Hannover. "Ese hombre", nos dijo, "tiene una manera de gritar la cuenta que a veces no me atrevo a acudir a su llamada porque pienso que es una reclamación".

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