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Disoluciones

El curso político del próximo fin de siglo arrancó la semana pasada con una doble noticia: la disolución del Parlamento catalán por el presidente Pujol y la no disolución de las Cortes Generales por el presidente Aznar. Desde que Humpty-Dumpty convenció sagazmente a la sorprendida Alicia de las considerables ventajas de celebrar 364 fiestas de incumpleaños en vez del acostumbrado día solitario del cumpleaños, hay buenas razones para restar importancia a la convocatoria el 17 de octubre de las elecciones autónomicas (de forzosa celebración en el otoño de 1999) y concedérsela, en cambio, a la inconvocatoria en la misma fecha de las elecciones generales (con margen todavía hasta la primavera del 2000).La euforia posterior a la entrada de la peseta en el euro en mayo de 1998, las vísperas de la triple cita del 13-J y el verano de 1999 sirvieron de escenario a una vigorosa ofensiva política y mediática dentro del PP en favor de una disolución anticipada del Parlamento. Las presiones sobre Aznar para que no tentase a la fortuna con su empeño en agotar la legislatura manejaban convicentes argumentos.

El viento favorable de la prosperidad económica, procedente de la fase alcista del ciclo, podría rolar en los próximos meses y arrebatar al PP su prestigio electoral como eficaz gestor presupuestario. Y si bien la tregua declarada por ETA en septiembre de 1998 convalidó la política antiterrorista del ministro Mayor Oreja, las expectativas de pacificación del País Vasco, tan beneficiosas electoralmente para el PP, quedarían malparadas si la banda volviese a las andadas.

El desconcierto producido por la dimisión de Felipe González en junio de 1997 y la incapacidad de Borrell para sustituirle como líder del PSOE tras su triunfo en las primarias de abril de 1998 dejaron contra las cuerdas a los socialistas; sin embargo, la designación de Joaquín Almunia como candidato presidencial y los inesperados buenos resultados del 13-J les han devuelto la confianza en sus posibilidades electorales.

Y aunque los tribunales han castigado durante la actual legislatura las fechorías cometidas (la guerra sucia en el caso Marey, la financiación ilegal del PSOE en el caso Filesa, el enriquecimiento personal en el caso Roldán y el caso Urralburu) por algunos altos cargos socialistas durante su larga etapa de gobierno, las irregularidades imputadas a destacadas personalidades del PP (desde el ministro Piqué hasta los responsables del Ministerio de Agricultura vinculados a la trama del lino, pasando por el caso Sóller, el caso Zamora, el caso Tenerife o el caso Guadalajara) prueban que la fuente última de la corrupción es el ejercicio del poder, no la ideología de sus titulares.

¿Por qué, entonces, Aznar no aprovechó el tiempo propicio para llamar a las urnas y corre el riesgo de que el deterioro de la economía, la violencia de ETA o la recuperación socialista pudieran poner en peligro su victoria dentro de seis meses? Algunos guasones dirán que las instrucciones dictadas al presidente del Gobierno por el director del diario El Mundo en su conminatorio artículo "Una disolución de libro" publicado el 1 de agosto justifican sobradamente la decisión de agotar la legislatura: Pedro J. Ramírez ha sido el Gran Estratega de las Derrotas de sus patrocinados, desde Fraga en 1977 hasta Aznar en 1993 (que casi perdió los comicios de 1996 por culpa de ese periodista zascandil), pasando por Lavilla en 1982, Roca en 1986 y Suárez en 1989. Sin necesidad de recurrir a esa conjetura, cabe apuntar otras posibles causas de la no disolución anticipada de las Cortes. El presidente del Gobierno tal vez haya querido honrar la palabra dada a Pujol y cumplir su compromiso con la opinión pública; si esa hipótesis fuese correcta, la "tozudez" de agotar la legislatura y la "resistencia numantina" atribuidas a Aznar por Almunia deberían deberían ser leídas como un involuntario elogio del jefe de la oposición. Pero tampoco es descartable que las aspiraciones de Aznar a obtener la mayoría absoluta (todavía esquiva según los sondeos del CIS) en su probable próximo mandato presidencial le hayan aconsejado apurar al máximo el calendario y no levantarse hasta el final de la mesa de póquer electoral.

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