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Un corto exilio en Basilea ARCADI ESPADA

No quería vivir allí. -El cielo a medio metro de la cabeza. Nadie en la calle. A veces, un perro suelto. Suiza. Basilea. Cualquier Suiza, a los ojos del joven y flamante diseñador. Largarse. Su primer destino fue Nueva York. Poco más de 20 años. Pronto le llegó la orden de presentarse al examen físico. Eso era irrevocable y quería decir la defensa de los intereses militares de la patria. De la patria que había elegido. Se informó. América disparaba en Indochina y en otro lugar que ya ha olvidado, y los negros y los extranjeros disparaban primero. Renunció al privilegio. Sus jefes en la empresa Geigy le buscaron un nuevo destino. Así es como en junio de 1961 llegaron a Barcelona Yves Zimmermann y su Volkswagen escarabajo. -Apenas sabía que había habido una guerra civil. Pero igual podía haber ocurrido el siglo pasado. Y si sabía esto era gracias, más o menos, a mi padre, que era un hombre de izquierdas, un rojo. Aún veo a la gente rodeando el Volkswagen, tocándolo. Todos creían aquí que era que era millonario y tuve que hacer grandes esfuerzos para desmentirlo, porque la gente necesitaba ver y creer en millonarios. Barcelona lo capturó sin dificultad alguna. -La arquitectura y la vida, escríbalo. Alquilaron, él y su mujer, un sobreático de la calle de Rosellón. -Entonces las neveras funcionaban con barras de hielo, recuérdelo. Ni siquiera la dictadura era un problema. -Créalo. Me sentía más libre en la España de Franco que en la Suiza donde había nacido. Suiza es una dictadura invisible. Un país lleno de denuncias anónimas, de gente espiándote detrás de las ventanas. Denuncias por hacer ruido, por tirar un papel, en la calle, denuncias por cualquier estúpida sospecha. Ufff. De la arquitectura barcelonesa le sorprendió su rigor y su unidad. Vivía en el Eixample. De la vida, la creatividad. Era diseñador en un país propenso. -La experiencia de la creatividad iba más allá de mi propio trabajo. Es verdad que aquí lo encontré todo mucho menos burocratizado y más intenso. Pero, en términos de creatividad, lo que de verdad me sorprendió, lo recuerdo perfectamente, fueron los juegos de palabras que hacía la gente. La relación de los catalanes con la lengua y el uso que hacen de ella siempre me ha parecido de lo más sorprendente. La nueva corrió rápidamente por la ciudad. Había llegado un diseñador suizo. El diseño suizo tenía entonces mucho prestigio. Especialmente, por sus escuelas. Gracias al pintor Ràfols-Casamada, Zimmermann empezó a trabajar en Elisava. En las aulas había sobre todo chicas de buena familia que algo tenían que hacer. -Era una profesión mec. -¿Y eso? -Ja, ja: "Mientras espero casarme". Zimmermann se fue convirtiendo en la marca con la que querían trabajar las buenas marcas. En 1971 empezó su colaboración con los perfumes Puig y por la misma época se ocupó de la dirección de Comunicación Visual, la colección de diseño de Grijalbo. Murió uno de sus hijos. Zimmermann echa la cabeza a un lado. Cuando una conversación se mete en esos callejones, cuesta mucho sacarla. Por ahí no puede seguirse un paso más. Y cualquier otro camino parece aún más estúpido que de costumbre. -¿Cómo ve Cataluña? -Es un país maravilloso. Yo nunca saldré de aquí. -¿Más o menos que cuando el escarabajo? -Más hermoso. Aunque ha habido algún cambio..., sino a peor, al menos a molesto. Hablo de la lengua. Yo nací en la Suiza alemana. Hablando tres lenguas. Por tanto, no es un asunto con el que tenga muchos prejuicios. Pero estoy convencido de que la lengua no puede ser un asunto político. Yo encuentro inadmisible que a mi empresa la obliguen a llamarse Disseny Zimmermann. Inadmisible y ridículo. Cada uno hace lo que le parece con su lengua, ¿no? Y, por otro lado, todos morimos: la lengua vive por el uso que hacemos de ella. No es nada fuera de nosotros. En la memoria de Zimmermann, Suiza sólo queda como el trámite imprescindible para venir aquí. A veces piensa en los pasteles de su madre, y eso es todo. Su experiencia catalana es tan completa y parece tan hecha a medida de lo que quiso ser, que su exilio fue el suizo. Sin embargo, el hecho de ser un katalán, es decir, alguien que recuerda la primera vez que caminó por La Rambla, le permite sutiles observaciones sobre el país, que no parecen al alcance del patriotismo convencional. -En la calle la gente te mira. Y no de paso, por azar, con indiferencia. La gente te mira a conciencia, preguntándote quién eres y adónde vas. En otras sociedades, este gesto sería completamente impensable. Sería considerada una muestra de mala educación, de intromisión en las vidas de los otros. -¿Y usted camina a gusto? -Ah sí, yo camino encantado. Me gusta ese derroche de interés y de seducción. Esa falta de respeto, que podríamos decir. Luego hay cosas que no me gustan, claro. A mí me enseñaron a pensar en el prójimo. Y aquí la gente no siempre piensa en los demás. La civilidad barcelonesa deja mucho que desear. Yo me subo por las paredes al ver la suciedad en la calle, los coches en doble fila, el ruido. El asalto del prójimo es el deporte favorito de muchos barceloneses. Se entrenan desde pequeñitos clavando los ojos en los demás.

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