Boleros de madrugada
RETRATOSLa singular capicúa de su nombre, una amistosa mano extendida y la sonrisa perenne componen la tarjeta de presentación que Ramón Tamayo Ramón presta al cliente recién llegado. El bar Bolero, ubicado en el centro de la movida conileña -calle Cádiz, esquina Tomás Borrego- comienza a animarse a la medianoche con la afluencia de vecinos del pueblo, guiris muy integrados y veraneantes asiduos de la cercana urbanización de Roche. Es la hora bruja en la que, en una atmósfera cordial, casi familiar, la música suena llamando la atención de los transeúntes. La fórmula es sencilla: un piano, una voz bien afinada y las canciones de toda la vida. Vejeriego con 30 años de residencia en Conil de la Frontera, Tamayo ejerce como profesor de enseñanza Primaria en el colegio Los Bateles. Amante de la pesca submarina y otrora promesa del fútbol, su verdadera pasión es cantar, y canta lo que le echen: "La afición me viene de familia, porque mi madre siempre cantó en casa, sobre todo zarzuela. Como por aquí no había sitios donde poder hacerlo, decidí abrir mi propio espacio". Así nació Bolero hace ahora cinco años, y así ha mantenido su artesonado, su decoración andaluza y su buen ambiente. "A veces digo que quiero remozarlo, y la clientela me dice: "¡Ni se te ocurra!". El reparto del trabajo está bien delimitado: Ramón salta de la barra al piano para hacer un pase; su mujer, Mari Luz, prepara los montaditos en un socorrido fogón, mientras que los tres hijos de la pareja, y algún que otro hombre de confianza, atienden las mesas y despachan las copas. Aunque el público habitual suele ser de edad madura, nunca faltan parejas jóvenes. También acuden a estos íntimos conciertos sus alumnos de la escuela, y los padres de éstos. "Los chavales están acostumbrados a que cante en clase, y de vez en cuando imparto nociones de música. Antes iba cantando por la calle y había quien pensaba: "No está loco ése". También hubo quien veía mal que un maestro abriera un bar, pero aquí estamos", explica. Con los boleros, vienen los valses, los tangos, los pasodobles, las rancheras, la canción romántica. Quiéreme mucho y Me va, me va, letras de Paco Alba, y Habaneras de Cádiz, todo tiene su momento en el repertorio del pianista. Todo es bailable siempre que lo permitan las reducidas dimensiones del local. Ramón canta sin micrófono, a pleno pulmón, pero le alivian los coros del respetable que se concentra alrededor del teclado. "Debo tener una garganta privilegiada porque aguanta de doce de la noche a tres de la madrugada. A esa hora me gusta aplacarme con un cigarrito. Pero mi norma es nada de cubatas. El Barbadillo es lo que me mantiene la voz en condiciones", afirma. A Ramón le gustaría plasmar el aire festivo de Bolero en una grabación. "Aunque sea para nosotros, para los amigos. Editar 100 ó 200 cintas con las mejores canciones, para que esto no se pierda", añade. Mientras llega ese momento, el maestro sigue cantando. Así disfruta y hace disfrutar a aquellos que se dejan caer por el local. "Cantar me da la vida, es para mí una liberación", confiesa. "No he estudiado música, pero la siento igual. Hago las canciones de oído, a mi manera. Como Frank Sinatra", concluye.
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