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RINCONES

La granja que rezuma pasado

Más que un hotel, la Alquería de Morayma es una especie de fabulosa máquina del tiempo. Cuando traspasa sus paredes encaladas, el visitante tiene la sensación de haber retrocedido casi un siglo. Este sentimiento acrecienta su vigor cuando se tiene la posibilidad de ver cómo se trillan las mieses con mulas; de hacer pan, queso o vino con los métodos de la abuela; o de andar las mismas rutas que en la posguerra usaban los estraperlistas para el contrabando. La Alquería de Morayma (una alquería es una granja y Morayma fue la mujer de Boabdil, el último monarca del reino nazarí de Granada) es también, hoy por hoy, un paradigma de establecimiento de turismo rural. Así, al menos, se lo han reconocido varios premios de prestigio turístico. Su excelencia comienza por el aislado paraje donde está situado: en la Alpujarra menos transitada, con vistas a los principales picos de Sierra Nevada y a cien kilómetros tanto de Granada como de Almería. Continúa con el sorprendente trabajo de recuperación de la arquitectura tradicional de la comarca que han hecho los propietarios, la familia Cruz. Cada una de las 14 habitaciones del establecimiento es diferente y han sido construidas y decoradas con materiales y muebles antiguos restaurados por ellos mismos. El atractivo se completa con el programa de actividades turísticas, culturales y deportivas propuestas, en las que los visitantes pueden participar de una manera activa o como meros espectadores: matanza del cerdo; paseos a pie, caballo o con esquís; veladas flamencas; recitales de trovos; vendimia; elaboración de dulces y licores, por citar algunas. "Este sitio está lejos de todas partes y había que ofrecer algo muy especial para que la gente se atreviera a venir hasta aquí", asegura Mariano Cruz, director de la Alquería de Morayma. Y la gente considera que el ambiente es tan especial que la reserva anticipada se hace indispensable para conseguir una habitación. El establecimiento se encuentra a dos kilómetros de la pequeña localidad de Cádiar, en una finca agro-forestal de 35 hectáreas en la que Mariano Cruz ha cuidado hasta el más mínimo detalle. Las habitaciones, concebidas como casas independientes, se reparten alrededor del cortijo principal. La decoración exterior e interior conserva el estilo rústico alpujarreño, aunque con un encanto que roza el lujo: suelos y zócalos de barro antiguo o lajas de pizarra, techos de vigas de madera vistas, camas de hierro y latón... Cinco dormitorios disponen de cocina y todos tienen baño y televisión, un cacharro que parece perder toda utilidad en este entorno. Pero es en las zonas comunes donde la Alquería de Morayma encandila. La bodega, con suelos de piedra y techos de cáñamo, guarda celosa los mostos de las uvas pisadas en el lagar contiguo. La finca tiene sus propias viñas. Y también olivos, cuyo fruto se exprime en la almazara de que dispone el cortijo. No lejos de la piscina, que mira al valle esmeralda del Guadalfeo, hay una ermita que alberga un pequeño museo etnográfico. Más apartadas se encuentran las caballerizas y una surtida granja que abastece con sus productos la cocina del restaurante. La pared de uno de sus dos comedores es un auténtico álbum fotográfico con antiguas instantáneas de viajeros y estudiosos de la Alpujarra, como Gerard Brenan. El otro comedor, con bar y chimenea, es ideal para desayunar acompañado del fulgor, la paz y el frescor que irradian las mañanas alpujarreñas. En ambos, por un precio asequible, pueden degustarse platos rescatados de la tradición de la comarca. Una pequeña biblioteca con volúmenes específicos sobre Sierra Nevada y la Alpujarra completa tan originales instalaciones.

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