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Entrevista:NUEVO SIGLO

"El arquitecto moderno no debe tener estilo"

Vázquez Consuegra es altivo, disciplinado y autoexigente para hacer las cosas no con grandilocuencia, sino con el máximo de simplicidad.Pregunta. ¿Cómo se hizo arquitecto?

Respuesta. No sé exactamente cuándo apareció el deseo de ser arquitecto. Mi padre tenía un taller de carpintería metálica y aspiraba a que alguno de los cuatro hermanos fuéramos universitarios. Yo estudié el bachillerato, a la vez que artes y oficios, movido, sobre todo, por mi facilidad para el dibujo y por la comodidad de que tanto el instituto como la escuela de artes y oficios se encontraban en el mismo edificio, el antiguo pabellón de Chile en el parque de María Luisa. Pero no me acuerdo de cómo salté desde allí a la arquitectura.

P. Le gustaría dibujar.

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R. Sí. En Arquitectura se hacían dibujos al natural y a mí me gustaban el dibujo y manipular con los materiales. Probablemente llegué a la arquitectura porque tenía relación con todo esto.

P. Y enseguida le fue bien.

R. Yo empecé a estudiar en el 62 o en el 63, en el último curso de un plan antiguo que requería dos años de iniciación. No tardé más de lo establecido, pero mi padre no vivió para verme arquitecto. Empecé a trabajar enseguida con la experiencia de haberme fogueado ya antes en un estudio de Sevilla y me casé cuando tenía cuarenta y tantos años, siempre muy entregado a la arquitectura.

P. De modo que hoy no existe nada que le interese más.

R. A mí me gusta mucho, además de proyectar, construir; es decir, proyectar primero y seguir la obra después; asistir desde el principio, desde la fase de la excavación de los cimientos hasta el final, y comprobar cómo va respondiendo la realidad a las expectativas, sea para afianzar el proyecto o sea para modificarlo. Por eso, me parece una aberración la ley actual de contratos del Estado, que impide, de una parte, la contratación directa de los arquitectos para realizar las obras públicas, y, de otra, favorece la partición de responsabilidades entre el proyectista y el director de la obra. Estoy de acuerdo en que se eviten las corruptelas, pero se ha pasado de encargar todas las obras directamente a no encargar ninguna.

P. Se declara, pues, contra los concursos actuales.

R. Los concursos actuales no se producen con las garantías que proporcionarían unos jurados profesionales y competentes. Sus miembros son reclutados entre políticos y funcionarios que tienden a aplicar criterios cuantitativos antes que cualitativos. Premian, por ejemplo, para una biblioteca a quienes en el pasado han hecho más metros cuadrados de bibliotecas, y luego dividen la responsabilidad entre el protagonista del proyecto y el de la dirección. La fórmula es en sí perversa. Yo, por mi parte, siempre he renunciado a aceptar un encargo que no conllevara la dirección de la obra.

P. ¿Por orgullo profesional?

R. Orgullo, no. Para mí, la arquitectura es la actividad más próxima a un trabajo y debería abordarse con la mayor modestia y disciplina. Incluso resulta estúpido hablar hoy en términos artísticos de la arquitectura.

P. Pero la estética para un arquitecto es importante.

R. La belleza es muy importante en la obra construida, pero es muy difícil de definir y se produce en función de elementos más tangibles que la estética. Estamos rodeados de arquitectura por todas partes, pero sólo algunas obras transmiten una sensación de tranquilidad, sosiego y protección. Y ésa es, para mí, la buena arquitectura.

P. ¿Como su arquitectura?

R. Yo he procurado hacer en todas mis obras una arquitectura que suscite emoción, pero mientras antes sentía mayor preocupación por las formas, ahora me interesan más el uso y las relaciones entre los espacios.Los arquitectos debemos afanarnos por relacionar estructuras y materiales con el objetivo de alcanzar sensaciones de confort y serenidad para los ciudadanos. Ser moderno no consiste en emplear materiales nuevos como el aluminio o el titanio, sino, por el contrario, en tener libertad, tanto en su elección como en el modo de relacionarlos.

P. ¿Y qué materiales son sus favoritos?

R. A mí me gustan, sobre todo, los materiales que envejecen con las personas. Me gustan la madera, el ladrillo o el hormigón, que se transforman con el paso del tiempo. No soporto la porcelanosa o el PVC, materiales inertes e intransformables.

P. Su ideal de arquitectura sería, pues...

R. Sería una arquitectura densa y con presencia, sugerente y bien construida, capaz de recuperar el compromiso social y renunciando a la intención de poseer un estilo personal. Porque, en mi opinión, el arquitecto moderno, en un mundo tan complejo y plural, no debe tener estilo. La arquitectura es una actividad mediata y muy diferente a otras actividades artísticas en la que es obligado que la huella del artista esté presente. La arquitectura ha de funcionar de forma autónoma y los edificios deben comportarse a su aire, sin manifestar la huella del autor.

P. ¿Qué decir entonces de Meier o Calatrava, siempre inconfundibles?

R. En mi opinión, estos arquitectos se encuentran atrapados en su propio lenguaje y acaban siendo rehenes de su biografía. No obstante, hay arquitectos extraordinarios que han superado esta limitación y siguen inventando a cada paso. Álvaro Siza posee una poética muy personal y se identifican muy bien sus edificios, pero es, ante todo, por la capacidad de sorpresa que invariablemente ofrecen. Yo amo a Siza porque cumple un principio de Miguel Ángel que respeto sobre todos los demás: el de conceder a la obra todo el trabajo y la atención necesarios para lograr un resultado capaz de hacer creer que se ha hecho sin el menor esfuerzo. La buena arquitectura es, como diría Jesulín, igual al arte del toreo, que es tanto más admirable cuanto menos hace sentir, dentro de la temeridad, el miedo.

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