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El círculo

Manuel Rivas

En el primer juicio al que asistí, los acusados eran dos docenas de trabajadores ferrolanos, una parte de los muchos detenidos y procesados a raíz de los sucesos de marzo de 1972, cuando cayeron baleados por la policía de Franco otros dos obreros que tenían hermoso nombre de personajes de un cuento triste: Rey y Niebla. Tengo un vago recuerdo, pues era poco más que un crío. Pero hay dos detalles nítidos en la memoria. Uno de los encausados tenía estravismo. Aquel hombre próximo a la vejez, permanecía impasible y digno como una talla de madera, pero uno de los ojos bailaba por su cuenta, como un extraño pájaro cristalino, ovoide e inquieto. El otro detalle es la voz del fiscal. Acerada y cortante, como afilada en una cuchillería. Por su intervención severísima, cabría pensar que en el banquillo se sentaba una hueste satánica. De repente, se fijó en el bizco y bramó iracundo, como si quisiera abatir aquel ojo bailón y rebelde. De aquella experiencia me quedó una pregunta: ¿Quién es peor, el dictador o sus esbirros?Las cosas han cambiado mucho desde el paleolítico. Incluso Pinochet encuentra ahora en España una fiscalía de Estado comprensiva. Debemos corregir la torcida suposición de que un ministerio público demócrata se frotaría las manos y aclararía la voz ante la oportunidad de juzgar al principal responsable de un régimen genocida. Como explica la etnología, hay quien extermina etnias y quien extermina un etnotipo que el propio genocida designa. Los judíos del pinochetismo eran los llamados subversivos. En este etnotipo a cazar, dentro o fuera del país, cabían todos los opositores, reales o posibles, extranjeros o nacionales, incluido la honra militar de Chile, Carlos Prats. Por el contrario, la explicación de uno de nuestros Fiscales Rampantes, el Temible Fungairiño, sitúa lo ocurrido en una especie de fatum biológico. Al fin y al cabo, y en verano, los murciélagos se comen a las mariposas.

Y el círculo se cierra con la colaboración inestimable de Mariscal de Gante. Debería prodigar más sus intervenciones jurídicas, pues tienen un alto efecto descongestivo, como aquel catedrático de Derecho en la Compostela de los años cincuenta que proponía el siguiente ejercicio: "Si un ladrón entra por una ventana, o viceversa..." y todavía más: "Si un guardia civil tarda una hora en personarse en el lugar de los hechos, ¿cuánto tardaría la pareja?".

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