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Más de 10.000 personas se rinden a Serrat en el inicio de su gira

El cantante comienza en Málaga un recorrido por toda España

En la última noche antes del fin del mundo, en la plaza de toros de Málaga, unas 10.000 personas entre los 20 y los 50 años, la mayoría mujeres, la gran mayoría clase media acomodada, escucharon entregadas al cronista de su generación. El martes, Joan Manuel Serrat comenzó una gira de 29 conciertos por España que terminará el 8 de octubre. Tiene casi 56 años y 245 canciones donde elegir. No falló. Si fuese candidato, arrasaría.

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Serrat, arropado por seis excelentes músicos (Kitflus, Antonio Toledo, Jordi Bonell, Tito Duarte, Roger Blavia y Víctor Merles), cantó 18 canciones y seis bises. Su público es muy civilizado: no tira un papel al suelo, lo escucha con el silencio y la atención de una muchacha enamorada, ríe sus chistes con más precisión que la risa enlatada de una sitcom, le corea sin desafinar, deja escapar una lágrima cuando la ternura obliga... Después de 35 años, nadie en España tiene un público así. Hasta sus detractores guardan algún disco suyo con el surco gastado.El escenario se ilumina. Kitflus hace un acorde con el piano. Sale Serrat por el centro del sencillo escenario: 32 segundos de aplauso como un abrazo. Uno solo de esos segundos daría la vida a cualquier actor. Ha dicho antes de entrar que está "preparado para el pitido y la caricia". Sabe perfectamente que no habrá pitidos. Comienza a cantar Sombras de la China. Silencio absoluto. Acaba. Aplauso. Inicia uno de los tres monólogos de la noche: "Bienvenidos. Es muy agradable estar aquí con ustedes la noche del fin del mundo. Con los millones de cosas que podrían estarse haciendo, sería cojonudo que la pasáramos juntos, ocupando el tiempo con canciones. Yo les sugeriría otra cosa mejor, pero sería violento, hay gente pequeña...".

Todos han reído la ironía que él teatraliza dando un énfasis entre tanguero y bufo a sus palabras. Todos creen que si ésta fuese la noche del fin del mundo, no habría nada mejor que escuchar a Serrat. Canta Macarras de la moral. Canta Benito. Parafrasea un poema de Luis Cernuda con Te quiero y propone luego dar paso a "historias veteranas", mientras saca un taburete y canta las dos caras de su primer single en castellano: Poema de amor y Titiritero.

Luego, dos canciones más. Derrocha aplomo y dominio. Le ha sentado muy bien el mes de vacaciones tras su triunfo en Argentina. "A esto hay que venir estudiao. Hay que subirse con seguridad en lo que estás haciendo y con la confianza en que existe una complicidad con la gente; si no, es muy jodido. Yo entiendo la música a partir del escenario, no del disco. El disco es un soporte de lo que se hace en el escenario, y no al revés, como parece ser que está planteando casi todo el mundo que usa la gira como plataforma de ventas del disco", confesará antes de la actuación.

Vuelta al ruedo.

El hombre de negro y la sonrisa pícara hace otro monólogo sobre el insomnio. Sentencia como un sabio de café: "En este país, la gente suele hablar de cosas que no les afectan, que no les importan y que desconocen". Serrat canta que no puede dormir, habla de su pueblo y arranca un gran peso de encima a mujeres jóvenes con Princesa. Con Mediterráneo llega la apoteosis. El público la canta al unísono. Se ponen de pie.Cada vez se toman más confianzas: "¡Juanito, guapo, toca Penélope!" Les recuerda que no hace otra cosa que pensar en ellas. Los policías y los chicos de la Cruz Roja le escuchan embobados. La noche del fin del mundo no van a hacer falta. Andanada a las apariencias con Me gusta todo de ti (pero tú no). Mezcladas con las clásicas, las canciones de su último disco han ganado altura. Se oyen los acordes de los Cantares de Machado. Las gradas se llenan de bengalas. Con Lucía, a muchos se les estremece el espinazo. Concluye el concierto con Bienaventurados.

Es una falsa alarma. Juanito regresa hasta seis veces. Y cantará en catalán la Cançó del lladre. Cantará Fiesta, Te guste o no y Esas pequeñas cosas a pelo con su guitarra. Contará y cantará Una de piratas, como un relato junto al fuego. Recomendará al público, en la noche del fin del mundo, antes de cerrar con La saeta, no olvidarse la sombra en la plaza. Y se colocará un clavel en la solapa, tocará las manos de las muchachas que le adoran y se han vestido de domingo para él. "Sólo queremos a un hombre que nos diga las cosas que él dice", confiesa Ana, de 26 años. Ellos, en tanto, parecen pensar: "es sencillo ser como Serrat". Ellas, en cambio, parecen convencidas de que Juanito es único. Pero quizá, como tantas veces ha sucedido en cuatro décadas, esta noche abracen a otro como si fuera él. Más que nada, por despedir al mundo civilizado.

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