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SENTIDOS CON OFICIO

La energía del tacto

Al principio siempre es igual y al final siempre es distinto. Un bloque de barro rojo amorfo, virgen e inanimado que cobra forma y vida cuando lo penetran los dedos del hombre. El hombre es Fernando Benítez Salido, Nando, de 57 años, quien trabaja con las manos desde que tenía 13, cuando talló reproducciones en tiza del busto de Cayetano del Toro o imitó, en el mismo material, la fachada central del Ayuntamiento. Desde que comenzó, atacó el barro, por cuya espesura discurren sin prisa sus dedos, manteniendo un diálogo interior del que no fluyen palabras sino escorzos. No siempre tuvo delante el excelente barro de El Abisbal (Gerona) con el que trabaja: homogéneo, húmedo y rico en óxido de hierro. Comenzó con la arcilla que extraía de la playa de Los Corrales, en Cádiz, un material pedregoso y hostil que no invitaba a las caricias del artesano. "En aquel tiempo, es lo que había", recuerda. Lo importante para Nando es el primer apretón que recibe el barro de sus manos, cuando aún es bloque sin vida. "El material responde a la presión y se esparce. Desde el principio adopta formas distintas y sugerentes que, a veces, marcan el sino de la escultura". El artesano cree que es fácil comprobar cómo el hombre salió del barro, "cada uno para un lado, con una forma y de una manera". El producto de Gerona "tiene nobleza", dice. Si lo aprieta, responde marcando un contorno; si desliza la mano, se deja. Las mismas manos que se chivan cuando el barro se reseca y se frenan en la grieta. "Yo creo que en este oficio las manos van por delante de la cabeza, no rige la coordinación normal. Las manos sugieren una cosa y la cabeza piensa cuál es el mejor camino". Las manos "transmiten energía y dan movimiento a la materia, ponen en marcha las figuras". El principio de cada obra es importante. "Es cuando se da el tirón más creativo", sostiene el escultor, que piensa que hay obras "que alcanzan su plenitud cuando no están terminadas y que cuando se rematan, quedan con más detalles pero dicen menos". Nando no piensa en renunciar al contacto de las yemas de sus dedos con el barro. No utiliza palillos de modelar, ni paletas ni más accesorios que los imprescindibles para vaciar las esculturas antes de someterlas a los mil grados del horno eléctrico. Sus primeras figuras se tostaron en un horno de leña, labor dificultosa que le enseñó el último alfarero de Cádiz, hace 40 años. Su taller está colmado de hombres que pescan, de estampas playeras de los años veinte, de alusiones carnavalescas y cofrades; hay madonas con niño y angelotes. Pero, sobre todo, hay figuras de niños que juegan y ríen. "Por eso, nunca me he ido al campo a trabajar, porque lo que iba a ganar en tranquilidad lo iba a perder en vida, en la vida que pasa por delante de mi escaparate". En la calle Enrique de Las Marinas, esquina a Buenos Aires, entra la luz de la Alameda, junto al océano Atlántico. Nando prepara una exposición relacionada con el mar, pero no llega a completar las 50 figuras que necesita. "Aún no se han secado cuando ya hay gente interesada y encargándolas y yo al fin y al cabo vivo de esto". Siempre trabaja en cuatro o cinco obras a la vez y sueña con el día en que se dedique sólo a modelar. Algunas de sus obras jalonan lugares clave de la provincia, como el gigantesco busto de Paco Alba, el más llorado de los autores del Carnaval de Cádiz, que mira a la playa de la Caleta; o el del doctor Thebusem en Medina Sidonia; o el del jornalero de Villamartín, que le produjo "mucha satisfacción". Lo que rehúye son los encargos de retratos, porque observa que "hay demasiada gente que piensa en la posteridad".

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