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RETRATOS

El domador de calabazas

Loco. Muchos creyeron que Amador estaba medio loco. Ningún empleado de banca deja un sueldo seguro y un horario cómodo para dedicarse a pintar calabazas. Pero no, no estaba loco. Simplemente estaba cansado de un trabajo que cada día le sabía más a tedio. Así que dio un salto al vacío y cambió su puesto en la entonces Caja de Ahorros de Ronda por un modestísimo taller de artesanía en Frigiliana (Málaga). Durante algún tiempo había compatibilizado ambos trabajos, pero las formas y las texturas de la materia prima vegetal le planteaban un desafío permanente que acabó absorbiéndole todo su tiempo. Así que sintió la necesidad de pedir una excedencia para dedicarse a "domar las calabazas". De aquello hace 16 años y sólo ha vuelto a la caja para ratificarse en su convicción de que tomó la decisión acertada. Hoy, Amador Pérez Padilla es uno de los mejores artesanos de Frigiliana, un bello pueblo de trazado morisco enclavado en la Axarquía, comarca ubicada en la parte oriental de la provincia de Málaga. El cambio no fue fácil. Además de lidiar con las calabazas que no se dejaban modificar con facilidad, tuvo que aprender a prescindir de muchas cosas: 90.000 pesetas mensuales para una pareja con cinco niños no dan para dispendios. Pero sobrevivió gracias a su tesón y a que su mujer también se embarcó en la aventura. Hoy, ya le ve más color al negocio y recuerda los años en que para acabar una calabaza que vendía a 9.000 pesetas tenía que echar 60 o 70 horas. "Es que el precio no va en función de tu trabajo, sino de la relación entre la oferta y la demanda", dice y sus palabras se transforman en una reivindicación del valor de las obras que salen de las manos del artesano. De las suyas salen maceteros, lámparas, pendientes, cajas y los más variados objetos para la decoración. Ahora el trabajo le resulta más aliviado porque ha descubierto las herramientas adecuadas para cada caso: "Esto ha sido mi vida, hasta ahora siempre había sido un desafío, pero ahora que el desafío se ha acabado, lo siento como un trabajo, que no tiene nada que ver con el del banco por supuesto, pero un trabajo del que ya tengo ganas de jubilarme". Amador dice que simplemente quiere tiempo para caminar, una afición que se vio obligado a posponer por la llegada de los críos. Tanto le gustaba salir a descubrir senderos que se las ingeniaba para colgarse dos niños, pero con cinco ya la empresa era imposible. De todos modos, reconoce que sus hijos influyeron mucho en que su aventura resultara exitosa ya que la necesidad de garantizarles el sustento le forzó a agudizar el ingenio hasta imponer su voluntad artística sobre las calabazas. Ítaca fue la primera tienda de artesanías que abrió en Frigiliana. Años después, otros vecinos comenzaron a explotar la veta del turismo, pero pocos con obras propias y con la filosofía del 68 que se desprende de cada frase de Amador: "No busco hacerme rico con esta actividad. En el banco me amargaba, ahora estoy a gusto, pero eso no quita que sueñes con otra cosa. Y para mí, ahora es estar con mi mujer, despendolados por ahí. Trabajar las calabazas ha sido vital para mí, pero ya las he domado". Su tienda -repleta de colores, formas y objetos que sólo su imaginación es capaz de producir- es una prueba de que las calabazas se han rendido a sus manos, que no a sus pies.

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