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Tribuna:Los incendios forestales
Tribuna
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El bosque no es marginal

Como cada verano, la inquietud ciudadana más relevante, en materia de naturaleza y ambiente, se la disputan la temida sequía y los incendios forestales. La primera representa la disponibilidad o no del líquido elemento, básico para la mayoría de operaciones existenciales y de las actividades productivas de la sociedad. ¡No hay para menos! Los incendios tienen un nivel de motivación social distinto. Al margen de la ubicación social de cada ciudadano hay una respuesta, se diría, de carácter etológico, de la que nadie se escapa cuando se produce un fuego, de gran inquietud, de zozobra, básicamente de temor, propia de una perturbación de alto riesgo existencial, de difícil control.Los incendios, como han explicado nuestros ecólogos forestales, forman parte del funcionalismo de los ecosistemas forestales mediterráneos. Los organismos vivos que forman parte de él habrían adaptado estrategias de respuesta, no de inmunidad. El riesgo sobre su salud radica en los niveles de recurrencia actuales, frente a los cuales dicha capacidad se ve muy mitigada. Las causas de la reducción de distancias entre las frecuencias históricas se explican como un efecto del cambio ambiental global, inducido por fuerzas de origen básicamente humano.

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Una fracción notoria de dicho cambio se debe a los cambios de uso de los paisajes. Uno de ellos ha sido el efecto producido en los bosques por el cambio energético. Durante siglos, el carbono usado en sus diversas variables de combustible doméstico y preindustrial procedía de los bosques.

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El consumo energético actual se ha multiplicado. Ello tiene que ver con el estado actual de los ecosistemas forestales. No sólo ha variado el consumo, también las fuentes de obtención. El carbono actual, indispensable en distintos procesos de combustión, procede de yacimientos cautivos. Su liberación a la atmósfera produce un balance positivo, contribuyendo al efecto invernadero.

Nuestras masas forestales han pasado de ser las suministradoras de combustible, con unas formas de apropiación tan intensiva que en muchas regiones se llegó a una esquilmación total, o casi, del recurso; a un proceso de abandono, ausente de gestión, rayando el nivel de ruina paisajística. Y ha derivado hacia un escenario sólo apto para los indiferentes o los partidarios del mito de la intocabilidad.

La situación de invalidación de nuestros bosques autóctonos ha favorecido diversos procesos especulativos; uno de ellos ha sido la urbanización, generando un nuevo escenario de riesgo social cuando se produce un incendio forestal. En ninguna civilización anterior a la actual se ha construido en el interior de los bosques. Esta práctica, más allá del comprensible deseo de los ciudadanos urbanos, revela un desconocimiento muy elevado de lo que ello significa.

El cambio ambiental global es, de hecho, una suma de factores; acabamos de ver un par. Todos ellos se interrelacionan y son coincidentes en el modelo de civilización actual, que tiende progresivamente a la terciarización social y a la concentración urbana, al paulatino abandono del espacio rural. Cada campesino perdido significa para el territorio la pérdida de un jardinero y de un vigilante; es decir, de un gestor activo. Son necesarias políticas de reocupación del campo, más allá del dirigismo centroeuropeísta de la Política Agraria Común. Aunque sea por puro egoísmo ambiental, se deben dar facilidades para fijar población joven y soporte a los jóvenes con planteamientos valientes e innovadores, desde teletrabajo a neorrurales.

La problemática de los incendios, con toda probabilidad, irá en aumento, puesto que expresa la crisis ambiental asociada al modelo de civilización. De momento, los posicionamientos políticos frente a la incertidumbre del riesgo son alicortos e insuficientes. Las predicciones que sustentan para manejar la situación tienen a menudo más de improvisación que de unos presupuestos sólidos.

El bosque no es un elemento marginal, sino todo lo contrario. Expresa la mejor madurez de nuestros paisajes, unos paisajes que han dado la más elevada de las biodiversidades de toda Europa, un valor nuevo que frente a la crisis ambiental expresa la calidad de un país. Una biodiversidad surgida de un territorio, el hispánico, caracterizado por su efecto de mosaico, tanto paisajístico como cultural. Su gestión requiere criterios sensibles a este hecho. En materia de bosques, nuestro país presenta diferentes culturas forestales, cada una de ellas con relaciones y respuestas diferentes a los sistemas forestales y a sus perturbaciones. Frente a esta problemática es necesario implicar a todos los sectores que los representan.

Martí Boada es premio Fórum Global 500 de las Naciones Unidas y profesor de Ciencias Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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