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Perspectivas

PEDRO UGARTE La grave formulación del año 2000 como gran fetiche contemporáneo, combinada con la debilidad mental de nuestro tiempo, está haciendo estragos entre las clases dirigentes. Abrir un periódico supone acceder a todo un muestrario del horror, de la inanidad ideológica y moral. Definitivamente, estamos perdiendo perspectiva. Un liviano programa de la televisión autonómica lleva el siguiente y rimbombante título: El verano del siglo. Y uno no sabe qué es peor, si la soberbia de considerar nuestro presente como una excepcionalidad que se va superponiendo a sí misma, o la implícita demanda de que nos lo pasemos mejor que nunca porque así lo exige el calendario gregoriano, ya que siendo éste "el último verano" de todo un siglo que termina, no podemos contentarnos con nuestras aficiones favoritas, y es preciso encontrar algún tipo de inédito orgasmo vacacional. Del mismo modo, una famosa cadena radiofónica estatal se ve envuelta en la polémica al sustituir en su programación a una reconocida periodista por otra de no menos quilates. La profesional favorecida por el golpe de fortuna, que llenará a partir de ahora cuatro horas diarias de radio, no se recata en declarar, acerca del programa que prepara: "Será un espacio nuevo, teniendo en cuenta que estamos a punto de entrar en un nuevo milenio". Es difícil conjeturar por qué una cara no se descompone después de declarar tamaña tontería: resulta no sólo que el milenio va a marcar a tan competente señorita un antes y un después en su carrera, sino que el nuevo programa va a tener muy presentes las demandas de la Historia y nos ayudará a cruzar correctamente esa importante línea divisoria en el inmarcesible devenir de la Humanidad. Las sorpresas se suceden a ritmo vertiginoso. Un periódico local lleva algunos días preguntando a diversas personalidades cuál es, en su opinión, "el personaje del siglo". El vicesecretario general de Eusko Alkartasuna no se arredra lo más mínimo ante semejante desafío: menciona a Carlos Garaikoetxea, presidente de su formación y ex lehendakari, como el hombre decisivo de estos últimos cien años. Uno no duda de las virtudes públicas y privadas del fundador de Eusko Alkartasuna, ni de su integridad en la defensa de unas ideas irreprochablemente democráticas en el País Vasco de hoy. Pero considerarlo el personaje del siglo llega a estremecernos, porque la lealtad a un presidente, la respetable cadena de mando que gobierna la vida interna de un partido, no puede llevar a todo un vicesecretario general a perder la perspectiva hasta ese punto. Aunque quizás esa sea una de las deficiencias fundamentales de la política vasca: que vivimos instalados en un presente apremiante, y que la historia no parece prolongarse más allá de lo que reseña el periódico del día. Abrumados por la terminación del siglo, obnubilados por la responsabilidad, aún más grande si cabe, de inaugurar todo un milenio, nos vemos abocados a la grandilocuencia, a la hipérbole, al análisis superlativo: quizás estamos obligados a echar en los meses que quedan "el polvo del siglo", a inaugurar el próximo ejercicio leyendo "el mejor libro de todo este nuevo milenio", a disfrutar del verano más inolvidable de la historia, a experimentar un otoño epilogal henchido de grandes promesas y pletórico de fértiles recuerdos. Vivimos un presente estúpido y el presente, en consecuencia, nos vuelve más estúpidos. De pronto, la expectativa de la próxima Nochevieja, el magno cotillón al que habrá que someterse, empieza a preocuparme: Dios mío, ¿qué hacer en esas horas decisivas? Habrá que proponerse algo monumental e irrepetible, como las verbenas de este mismo verano, como los programas de radio que se inauguran a la luz del próximo milenio, o como los grandes hombres que cierran este siglo desde una concejalía o desde una dirección adjunta. La historia nos viene un poco grande, y uno sospecha que el presente también.

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