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Los hijos de los ayatolás quieren tomar las riendas del futuro

Ángeles Espinosa

ENVIADA ESPECIALEl futuro está en sus manos, aunque algunos empiezan a reclamar las riendas del presente. Los jóvenes iraníes (23 millones de ciudadanos entre 10 y 25 años) están hartos de la falta de libertad, de los matrimonios arreglados, de la amenaza del paro, de la falta de horizontes... Desean poder expresarse sin restricciones, participar en la política, vivir según sus propias ideas, sin imposiciones. Nada extraordinario sino fuera porque viven bajo un sistema que prohibe la música moderna, el baile, las películas extranjeras o que los novios hagan manitas, y a cambio, sólo les ofrece un panorama económico bastante oscuro.

"Hacemos caso omiso de las prohibiciones, pero crea mucho estrés estar bordeando continuamente los límites de lo permitido", confiesa un joven que ha dejado de salir a la calle con su novia para evitar que alguien les pare y les pregunte por su relación. Junto a él, Said, un recién licenciado en Francés, muestra su escepticismo ante la situación: "Mientras mande la religión no puede haber libertad, ambas son incompatibles", asegura a la vez que reconoce que su agnosticismo es bastante minoritario en Irán. Más representativo de su generación, M.E., un estudiante de Medicina, se declara religioso pero liberal. "Tampoco me gusta lo de Turquía donde se prohibe el uso del velo; lo mejor es que cada uno pueda hacer lo que quiera", manifiesta convencido de que el islam tampoco es lo que les imponen. Estamos en una clase de idiomas (la universidad ya ha terminado) y los asistentes son, en su mayoría, estudiantes universitarios o recién licenciados. Tanto ellos como otros muchos jóvenes entrevistados durante la semana pasada, coinciden en quejarse de las estrictas normas de comportamiento que les exige el sistema, de la crisis económica, del ambiente opresivo, pero sobre todo de la falta de libertad. "El mayor problema es que siempre hay alguien que decide por nosotros", asegura Hután en medio del asentimiento generalizado.

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"Los jóvenes son las principales víctimas de la anulación social a la que nos hemos acostumbrado", reconoce Ibrahim Yazdí, presidente del Movimiento por la Libertad en Irán, grupo de oposición tolerado, haciéndose eco de un sentimiento generalizado. "Los conservadores sólo se fijan en los mechones de cabello que salen fuera del pañuelo de las chicas, pero la corrupción rampante, los millones de desempleados, la adicción a los narcóticos, les resultan indiferentes", lamenta el antiguo ministro de Exteriores hoy condenado a los extrarradios de la política. En su opinión, hay una guerra no declarada entre los jóvenes, de un lado, y los conservadores y los grupos de presión, de otro.

"Hay signos de rebelión como la forma en que las chicas llevan el pañuelo o su maquillaje", explica Yazdí. No hay más que acudir una tarde cualquiera al bulevar Jordan para ver como las muchachas dejan caer intencionalmente su pañuelo o lucen un maquillaje cada día más atrevido. "La represión tiene sus altibajos, pero aún así siempre corremos un riesgo", concede Shima, que pasea con una amiga en busca una oportunidad de conocer algún chico de los que, como ellas, acuden allí a tontear.

"Los jóvenes iraníes, como los de otros países, son idealistas; creen que pueden cambiar el futuro", coinciden en señalar varios profesores universitarios, que sin embargo se muestran pesimistas sobre su disposición a movilizarse. "Yo les veo muy pasivos", asegura una profesora de idiomas. Sin embargo, Esatolá Sajaví, un respetado intelectual que dirige la revista de pensamiento Iran-e Fardá (El Irán de Mañana), considera que de surgir un movimiento organizado se unirían a él porque están hartos de un sistema que "se entromete en sus vidas privadas, en cómo deben vestirse, estar presentables o comportarse".

"Es muy peligroso, los conservadores que controlan el sistema están armados", les responde W. W., una joven que asegura que, si las últimas manifestaciones hubieran durado un poco más, hubiera participado en ellas.

"Lo que ocurrió hace unos días, no se suponía que pudiera ocurrir", afirma Akbar Karabasián, profesor de Economía en la Universidad Azad. "Es cierto que participaron grupos de presión [eufemismo para los paramilitares], pero también se unieron desesperados que expresaban así su protesta contra las condiciones de vida", añade aún sorprendido por los acontecimientos. Karbasián acepta como válida la estimación de que los ingresos per cápita de los iraníes son hoy una cuarta parte de los de hace 20 años. En todo caso le parecen más preocupantes las últimas cifras oficiales, según las cuales, "800.000 jóvenes se incorporan al mercado de trabajo cada año frente a una oferta de sólo 300.000 nuevos empleos".

Hace dos semanas, la brutal represión policial a una sentada estudiantil por el cierre del diario pro reformista Salam, generó un extraordinario movimiento de solidaridad que se extendió a todo el país. Durante tres días, estudiantes y otros jóvenes reclamaron más libertades, que se acelere el proceso de democratización prometido por el presidente reformista Mohamed Jatamí e incluso, en algunos casos, llegaron a apuntar a lo más sagrado del régimen, el líder supremo Alí Jamenei, como responsable de todos sus males. Fue la línea roja.

Las hordas más radicales del sector conservador reventaron la protesta pacífica y las manifestaciones degeneraron en los peores disturbios desde la Revolución Islámica de 1979. El mensaje era claro: el camino de las reformas conduce al caos. Los estudiantes, a instancias de Jatamí, aceptaron suspender sus acciones y reclamar sus exigencias por la vía del diálogo, pero el gesto ya estaba hecho. Sus protestas han puesto en evidencia el cansancio de toda una generación con una lucha de poder (conservadores-reformistas) que frena cualquier posibilidad de cambio en su país. El poder judicial ha reconocido la detención de 1.500 personas, el último, el pasado lunes, Alí Tavakolí, uno de los dirigentes de la principal asociación estudiantil, la Oficina para la Consolidación de la Unidad.

"Los estudiantes están reflejando el malestar de toda la sociedad. Si la mayoría de la sociedad apoyó los objetivos de Jatamí, de igual modo ocurre en el movimiento estudiantil", reflexiona Yazdí. "Los universitarios son, junto a la prensa, el principal pilar de la sociedad civil prometida por Jatamí", asegura, por su parte, Abdulkarim Sorush, filósofo islamista laico y uno de los más respetados intelectuales iraníes. "Desde los primeros días de la Revolución, los estudiantes han sido independientes del sistema, lo que no agrada al clero, que prefiere tener seguidores", prosigue antes de señalar el gran crecimiento de la población universitaria iraní en estos 20 años. "A principios de los ochenta, había 200.000 universitarios; hoy, son cerca de dos millones", apostilla. Aunque Sorush admite que los estudiantes siguen siendo una minoría en el conjunto de la población juvenil, destaca su fuerza en el sentido de que su número se ha multiplicado por diez, están educados y, a diferencia del resto de los jóvenes, tienen la posibilidad de organizarse. "También han crecido cualitativamente", reflexiona este hombre cuyos libros tienen muchos seguidores entre los universitarios.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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