El esperado regreso de Julio Bocca
Finalmente volvemos a tener entre nosotros a una de las grandes estrellas del ballet actual y figura muy querida y admirada por el público madrileño: Julio Bocca reaparece en España renovado de fuerzas, seguro y con la alegría al bailar que le caracteriza. Sin embargo, esta vez hay que empezar por decir lo importante y de elogiar lo que es su labor al frente del Ballet Argentino, una compañía joven que se renueva constantemente y que parte en ejercicio de la cantera de su propia escuela bonaerense. Este trabajo tiene un mérito indiscutible, pues un divo como él prefiere preocuparse e invertir tiempo, energías personales y recursos en la progresión y destinos futuros del ballet clásico de su país.El programa empezó con Don Quijote, y la variación de Bocca fue un cúmulo de riesgo, entonando con madurez los entrepasos y dando soltura al estilo de la obra; su coda ofreció dos momentos de grandeza y vértigo: los saltos y los primeros giros, con lo que demostró en apenas esas frases virtuosas, que mantiene intacta su técnica y su estatura artística.
Ballet Argentino Don Quijote: Petipa/Minkus; Suite Generis: Alberto Méndez/Haendel y Haydn; Adagietto: Oscar Araiz /Malher; Zitta tango: Ana María Stekelman/Astor Piazzolla; Cuerpos cautivos: Alejandro Cervera/Kodo; Mambo suite: Stekelman/Pérez Prado
Dirección: Julio Bocca. Veranos de la Villa. Patio central del Cuartel del Conde Duque. Madrid, 3 de agosto.
La oferta se componía de coreografías seguras, de gran efecto y calidad como las de Méndez y Araiz, amén de los encargos resueltos con soltura por Stekelman. El tango, por ejemplo, fue presentado en una versión novedosa, de gran expansión planimétrica que llega al juego de lance, quizá intencionadamente más balletísticas que las que vemos hoy día por ahí.
Al final la coreografía sobre los mambos de Pérez Prado es del tipo de creación bailada que encuentra su justificación plena en los festivales de verano como el que nos ocupa, donde hay concesiones al humor y a una cierta relajación de las formas propias y absolutas del ballet como tal. No es habitual ver a un gran divo del ballet internacional mover airosamente su cintura como un gogo; sin embargo, esto Julio Bocca lo hace con soberbia altura y hasta distancia, consiguiendo elevar de alguna manera el nivel general de la obra. La experiencia de la música popular combinada al paso clásico la empezó con éxito el propio Balanchine, y esto siempre tiene sus riesgos y para salir airoso hay que darle, como aquí ha hecho Stekelman, ese tono espumante a medio camino entre el cabaré refinado y las variedades más sofisticadas.
Volviendo a Julio Bocca, digamos que muchos temimos por su futuro y su carrera tras los accidentes de rodilla, que le han llevado tantas veces al quirófano, y lo que queda claro es que este bailarín ha puesto la palabra "arrojo" como divisa de su escudo personal, y es así que aún se sigue disfrutando con su danza en que coinciden la facilidad para la ejecución, con el don del verdadero arte del ballet. Al conjunto se le ha podido ver más equilibrado y compuesto que en otras ocasiones, y es que el proceso de adecuación de un grupo de personas hacia unos mismos intereses escénicos, es un proceso largo en el tiempo. Entre otros intérpretes cabe destacar a Cecilia Figaredo y Manuel Martínez, que dieron una lección de lirismo contenido en la pieza de Araiz, y a los jóvenes Sergio Amarante y Juan Manuel Ortiz, que han sabido entender y transmitir la compleja evolución interior de la pieza de Méndez (creada hace muchos años para el ballet cubano, y que reaparece aquí en una versión bastante diferenciada en su lectura).
El público, que prácticamente llenó el Conde Duque, aguantó estoicamente unas pasajeras gotas de lluvia nocturna, y al final aplaudió con entusiasmo el regreso de este gran artista argentino.
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