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Rico Saccani inaugura con "Turandot" el Festival Internacional de Santander

La ópera aquí y en todas partes goza de buena y rara salud, sobre todo como género histórico, además de los festivales en los que es dueña y señora, como Bayreuth o Múnich, la ópera está presente en cuantos alientan el mapa festivalero de Europa. Nunca faltó en los ciclos santanderinos de la inolvidable plaza porticada, pero desde la construcción del Palacio de Festivales acude a la cita agosteña con sorprendente puntualidad. Esta vez, el acontecimiento inaugural ha sido Turandot, de Puccini, el adiós a la vida del creador de La Bohème, Tosca, Madame Butterfly, El tríptico y esta espectacular fantasía oriental montada sobre un texto más que discutible y un argumento procedente del perdurable Carlo Gozzi. No pudo terminar Puccini su Turandot, y, tras la muerte de la tierna y desdichada Liu, debió tomar la autoría Franco Alfano. Trabajó con material ya escuchado en la obra para acceder a unos resultados suficientemente dignos para que nada chirriase y, en suma, hizo posible la audición de cuanto Puccini había culminado no sólo con talento, sino con verdadera genialidad. La empresa de fundir en algo unitario los datos procedentes de la tradición musical china, usando con frecuencia la escala pentatónica oriental, y la voz personal del gran lírico verista, resultaba comprometida, mas Puccini salió plenamente triunfador en la prueba, y, además, modernizó notablemente su lenguaje armónico e instrumental. Desde el día de su estreno en la Scala de Milán, en la primavera de 1926, con Miguel Fleta y Rosa Raisa en los principales papeles bajo la dirección de Arturo Toscanini, Turandot permanece en el repertorio más dilecto de los operófilos, ajena a ese tonto juicio que aún se recuerda, aunque sea para contradecirlo, por el que Turandot sería una Butterfly con notas falsas. Lo que es indudable es la gran dificultad que en diversos planos presenta Turandot, partitura versátil dentro de la coherencia estilística, muy rica en partes corales, trágica, enigmática, tiernamente lírica y no muy teatral por la pobreza de la acción y necesitada de excelentes voces y no menos rigurosos planteamientos musicales y dramáticos. La versión que inició, en clima de franco éxito, el 48º Festival Internacional de Santander procede en lo escénico de La Fenice de Venecia y conjuntó, bajo la dirección apasionada -o sea, doblemente conocedora- del maestro Rico Saccani, un grupo protagonista de buen nivel general, coros, orquesta, escolanía y figuración de la Ópera de Sofía y de diversos centros de Cantabria, ante unos escenarios y trajes ideados ya hace años por Jean Pierre Ponnel y según dirección teatral de la británica Sonja Frisel. El personaje más vigoroso de la obra, la cruel princesa Turandot, encontró excelente encarnación en la voz, la potencia y el saber de Giovanna Casolla, a la que dio soberbia respuesta Vladimir Galouzine, un Calaf de hermosos medios vocales, triunfantes agudos y fuerte nervio, mientras la idealista Liu fue diseñada con intensa y delicada poesía por Patrizia Pace, que fue perfeccionando su trabajo a lo largo de la representación. El grotesco trío de ministros, el Timur del gran bajo Julián Constantinov y todo el resto del reparto mantuvieron la tónica general y recibieron prolongadas ovaciones del público que abarrotó la sala Ataúlfo Argenta.

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