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Entrevista:

Paisaje sin belleza

Serena Vergano fuma. Entre calada y calada habla sosegadamente, con un muy leve y melódico acento italiano. A sus 57 años, no deja espacio alguno a la nostalgia. Fue musa de la Escuela de Barcelona, para la que protagonizó una veintena de películas, entre ellas las fundacionales del movimiento: Brillante porvenir, de Vicente Aranda y Román Gubern; Dante no es únicamente severo, de Jacinto Esteva; Noche de vino tinto, de José María Nunes, y las dos de Ricardo Bofill, Schizo y Circles. Todo empezó hacia 1963, cuando decidió instalarse en Barcelona. Por esa época simultaneaba todavía su nueva residencia con largas temporadas en su país. Traía consigo una breve pero intensa experiencia cinematográfica: en 1962 había sido contratada por la productora Vides, fundada por Franco Cristaldi y en cuya cartera figuraban realizadores como Gillo Pontecorvo, Valerio Zurlini, Mario Monicelli, Francesco Rosi y Renato Castellani. A las órdenes de este último intervino en Il brigante, película que representó a Italia en el Festival de Venecia de 1962. Un año más tarde actuó en Una vita violenta, de Brunello Rondi, sobre la novela homónima de Pasolini y en cuyo guión participó el propio escritor y cineasta. Pero ahora la carrera de actriz de Serena Vergano queda atrás. "Está bien archivadita. Tengo en casa una caja en la que pone: "Serena Vergano, particular", y dentro, muchos papelitos amarillentos. Estuvo bien, creo que di lo mejor de mí misma, pero no la echo en falta". Ni siquiera siente curiosidad por la obra, recientemente publicada, de Esteve Riambau y Mirito Torreiro, La escuela de Barcelona: el cine de la "gauche divine" (Anagrama), en cuya portada, por cierto, aparece ella en un fotograma de Dante no es únicamente severo. "Las recopilaciones me parecen bien para documentar una época y de paso para cultivar el mito, pero a mí no me interesan demasiado. No sé, me da cierta angustia volverme a encontrar con Gonzalo Suárez, José María Nunes o Joaquín Jordá, a quien adoro pero cuyo pesimismo me aburre mucho. Son como momias del pasado". Serena Vergano se prodigó también en el teatro. Participó en el escalofrío que supuso el Marat-Sade dirigido por Marsillach, y luego en un par de montajes de Carles Santos. Lo último fue Vador, Dalí de Gala, de Joan Ollé, que se estrenó en el Grec de 1989, y ese mismo año fue al Festival de Otoño de Madrid. "Un fracaso espectacular, no lo superé. Tal vez yo esperaba del director que me hiciera de padre o de guru y él pensaba que era yo quien debía resolver las situaciones. Además la obra era en catalán, lengua en la que todavía tengo demasiadas dudas. No saqué ningún partido de aquella experiencia". Desde entonces se dedica a tiempo pleno al Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill, para el que ya venía colaborando desde 1970 (con Bofill formó pareja: es la madre de Ricardo Bofill júnior). Coordina las publicaciones y la documentación fotográfica de los proyectos para las exposiciones. "Recalé en Barcelona por casualidad. Yo estaba rodando una película de segunda categoría, dirigida por un francés de origen ruso. Esa película se hacía en unos estudios de París, pero los exteriores se rodaban en Barcelona. Participaba en ella Paco Rabal, que tenía muchos amigos aquí, entre ellos Luis Goytisolo, Román Gubern, Vicente Aranda y Ricardo Bofill. Eso me llevó a conocer a Ricardo. Quedé embobada. Yo no sabía una palabra de castellano, hablaba en francés con todo el mundo. Pero cuando conocí a Ricardo me dijo que él era italiano y se puso a hablarlo conmigo: fue el típico gancho que nunca falla. De hecho la italiana, véneta para más señas, era su madre, Maria Levi, con la que enseguida tuve largas conversaciones y estreché una buena amistad". "La primera película que hice en Barcelona fue Brillante porvenir. En cierta manera era volver a empezar, pero de otra manera, mucho menos académica. Aquí todo se contagiaba muy rápidamente, todo el mundo quería dirigir películas. Eran los hijos de la burguesía que no iban a continuar la empresa de papá. El trabajo era mucho más abierto que en Italia: no eras una simple actriz, sino que participabas en el guión, en todo el proyecto. El cine que había hecho en Italia era más sólido, más planificado. Todo quedaba escrito: las secuencias, los travellings, los movimientos. En cambio, en Barcelona se hacía un cine inspirado en la nouvelle vague. Hoy veo ese cine muy ceñido a una época: como una anécdota histórica. Tuvo sus aciertos, aunque también gastó muchos humos. En realidad fue un bonito ensayo, muy poco cohesionado. Luego cada autor siguió su camino. No me avergüenzo de lo que hice. Si acaso, ya me avergoncé en su momento. Ante ciertas frases rimbombantes de las películas de Nunes, ya por entonces deseaba que se me tragara la tierra". "¿Cómo pude venirme a vivir a un país gobernado por una dictadura? Cuando regresaba a Italia siempre me hacían esa pregunta. Bueno, yo era joven, tenía la absoluta convicción de que el régimen iba a acabarse de un momento a otro, siempre esperando que no hubiera sangre, que era el eterno espantajo agitado por el franquismo. Además, en Cataluña siempre tuve la sensación de vivir en un huevo aparte, un oasis en el que la discusión de ideas era posible. Ahora también tengo esa sensación, pero de otra manera. Creo que la transición democrática en España fue milagrosa". Barcelona tiene una tendencia natural a cerrarse. Después de los Juegos Olímpicos ha ocurrido: no es que no haya turismo, pero me parece que algo se ha truncado. Por ejemplo, para inscribirse en una universidad un extranjero tiene que dar asignaturas en catalán. Eso demuestra que la cuestión del bilingüismo no está todavía resuelta. Además, si dices una cosa u otra enseguida quedas encasillado: o perteneces al grupo del manifiesto Babel o al de sus detractores. Y mientras, Barcelona sigue sin tener las vías de comunicación abiertas que debiera: para coger un avión e irte a la otra punta del globo tienes que pasar por Madrid. De aquella época de ideas en ebullición me parece que no se ha sacado todo el partido posible. Dicho lo cual, añadiré que cuando vuelvo a Italia todo me parece bastante más decadente y abandonado que aquí. La renovación de las ciudades allí ha sido ínfima". Cuando llegué a Cataluña a principios de los sesenta, Pujol representó para mí, en cierto modo, la imagen de la modernidad, compendiaba las aspiraciones de todo un pueblo. Pero luego se ha vuelto más rígido, no refleja ya la diversidad de opiniones realmente existente: nos hacemos mayores, todos necesitamos un relevo. Aunque me da cierto apuro opinar sobre el país que me acoge: a veces pienso que no tengo derecho". "De Italia sigo echando en falta la forma que los italianos han dado al paisaje. En España esto no se ha conseguido, es un país más invadido por la tecnología y la modernidad. Dejando de lado los grandes paisajes naturales de Andalucía, Castilla o Extremadura, hay muchos terrains vagues de la geografía a los que les falta belleza. En Italia los suburbios de las ciudades están igual de martirizados que aquí, pero en el campo la vista sigue experimentando un placer especial cuando observa las colinas y aquella arquitectura tan integrada en el paisaje. Eso me falta. Y también la lengua, que te da una manera de captar las sensaciones de la vida únicamente compartible con quien habla esa misma lengua".

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