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Un caso de desvergüenza

El debate en la comisión del Congreso de los Diputados acerca de las ayudas al lino se ha convertido en una demostración de una regla esencial para cualquier analista político español que reza lo siguiente: "Toda situación puede empeorar". En efecto, si ya habíamos tenido una campaña municipal, regional y europea centrada en esta cuestión, ahora, tras meses de gresca a este respecto, llevamos el camino de que acabe por aburrir y se olvide, tras sucesivos episodios de jarana dotados de un interés decreciente, sin extraer de lo sucedido un mínimo de enseñanzas y de propósito de la enmienda.El PSOE no ha logrado convencer de que existe una trama conspiratoria destinada a defraudar a las arcas comunitarias. De la información que tenemos hasta el momento presente no se deduce la existencia de un delito, pero seguirá insistiendo en esta cuestión porque cree que puede ser rentable para él (lo que, probablemente, es cierto). El PP da la sensación de haber descubierto una forma de repeler el ataque adversario que constituye un cierto sofisticamiento de la doctrina del "tú, más" que hasta ahora ha sido su instrumento por excelencia contra las impertinencias del PSOE. Consiste en considerar la denuncia misma como objeto, a su vez, de denuncia, con lo que, supuestamente, paraliza o limita al mínimo cualquier explicación. Y, por supuesto, los espectadores nos quedamos con la sensación de que casos como éste se pueden repetir en cualquier momento.

El caso del lino no pertenece de ninguna manera al género de los escándalos de corrupción que, por desgracia, han punteado la historia de nuestra democracia. No es, por poner un ejemplo, un Filesa, ni tampoco un caso Naseiro. Lo que está en juego no es tanto fraude como picaresca. Ahora bien, el comportamiento en esta materia de personas con responsabilidades políticas resulta por completo inaceptable. Piensen por un momento los populares qué habrían hecho ellos en un caso como éste. La vida pública exige ejemplaridad y esta exigencia no cabe ningunearla aludiendo a la estética. Un caso como éste debiera haber sido solventado, de no aparecer más información, con dimisiones o ceses fulminantes, más de los que ha habido, y, sobre todo, con el establecimiento consensuado de unas reglas para el futuro. Es absurdo pensar que la ley misma pueda resolver estas cuestiones, pero es obvio que unas normas de conducta podrían evitar su repetición. El mero hecho de dedicarse a un cultivo que no parece tener otra justificación que la subvención debía inhabilitar para el ejercicio de cargos públicos porque testimonia grave carencia de sensibilidad para el servicio público. Pero, como digo, todo esto es picaresca. La desvergüenza se refiere a otra cosa que requiere explicaciones previas.

El PP ha tenido una reacción doble y preocupante tras los resultados electorales. Por un lado, ha hecho buena otra regla del análisis político español: "Todo político acaba padeciendo el síndrome del estrecho de Ormuz". Como se recordará, Suárez, a partir de un determinado momento, sólo hablaba de grandes estrategias en el Medio Oriente en vez de descender a las cuestiones más prosaicas que le planteaban los españolitos de a pie. Sorprende ahora la rápida llegada en La Moncloa a ese estadio, que no es otra cosa que una huida hacia adelante. Pero, además, se ha combinado con un extremado nerviosismo y una pugnacidad excesiva contra el adversario. No hay para tanto: nada hace pensar que estén decididas las elecciones generales próximas.

El origen de la desvergüenza está en esa pugnacidad. Resulta sencillamente intolerable y ofensivo el sesgo con que TVE ha presentado todo el debate sobre el lino. Baste con recordar que en muchas ocasiones ha ofrecido tan sólo una voz y no la imprescindible pluralidad. Como no es la primera vez, hay que decir que actuaciones como ésas prostituyen una profesión, enrarecen la vida pública y ni siquiera son rentables a medio plazo para quienes las inspiran y ejecutan. Sólo producen rubor propio y ajeno, sobre todo porque denotan marcha atrás: sin duda, TVE, con Castedo, Nassarre y Miró, fue más imparcial. Cuando llegue el momento de votar habrá que tomar una decisión atendiendo, de forma principal, a cómo se ofrezca solucionar este problema y evitar que se repita.

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