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La improbable comunidad balear

El viaje más azaroso del Mallorca fue en noviembre de 1870, cuando tuvo que llevar, en medio de un gran temporal, a los tres diputados a Cortes por Mallorca que tenían que estar en Madrid para la exótica votación del nuevo rey de España. El Mallorca consta en la matrícula mallorquina como el último vapor con ruedas de paletas. Cumplió su misión y el nuevo rey Amadeo I condecoró al capitán. Ésas fueron las lejanías entre el archipiélago balear y el Estado. Durante siglos, las islas Baleares consiguieron sobrevivir considerablemente dejadas de la mano del Estado, a menudo en situación de práctica autarquía.Llega el turismo, atraído por el sol, convirtiéndose en industria del mismo modo que el petróleo brotó en tierras de Tejas. Hoy la sociedad balear tiene la renta per cápita más elevada de España. Han pasado muchas cosas desde entonces, pero una constante ha sido siempre el talante conservador del voto balear, propenso a votar por el poder. El maurismo tuvo cierta calidad como expresión de un voto fiel para un líder con más arraigo y más contraprestaciones políticas de las que le reconocen los historiadores nacionalistas. Ése fue largas décadas más tarde el éxito de la Unión de Centro Democrático, hasta ahora nunca adecuadamente sustituida por el Partido Popular, como en mucha menor medida tampoco ha sido cubierto su vacío por Unió Mallorquina.

Superadas en algo las distancias con la Península, un problema perseverante fue la interrelación entre las tres islas -Mallorca, Menorca e Ibiza-, especialmente debido al recelo que las dos islas menores sentían ante el centralismo administrativo de la mayor. Hubo siempre un problema de intercomunicación interinsular y todavía no ha sido solucionado del todo. Así se explica en parte la desconfianza de las islas menores cuando comenzó a elaborarse en estatuto de autonomía balear en plena transición democrática.

Si como amago preautonómico previamente se habían fraccionado las competencias de la extinta Diputación provincial redistribuyéndolas entre los nuevos consells insulars -consejos insulares-, el siguiente paso para evitar la impracticabilidad de la comunidad interinsular fue garantizar a las islas menores una prima de representatividad en el futuro Parlamento autónomo. Grosso modo, en estos momentos Mallorca tiene 33 escaños, con un censo electoral que pasa del medio millón; Menorca está representada por 13 escaños para algo más de 55.000 votos, mientras que Ibiza tiene 12 escaños, con unos 63.000 votantes censados, y Formentera, un representante por un censo de 4.000 electores.

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Lo más curioso es que, salvo algunos leves desplazamientos, la estabilidad del voto en las recientes elecciones autonómicas es notable y de mayoría de centro-derecha, como lo demuestran los 160.000 votos del PP frente a un PSOE que no alcanza ni la mitad. Abre el juego entonces un partido de naturaleza minoritaria como es Unió Mallorquina y con sus 26.000 votos orquesta una nueva mayoría sustentada por 17 escaños del PSOE, 5 de los nacionalistas de izquierda del PSM y 4 de los comunistas. UM cuenta sólo con 3 escaños y, dando su apoyo parlamentario al Gobierno autónomo de coalición, logra presidir el Consell Insular de Mallorca, de fluyente disponibilidad presupuestaria.

La impericia política del PP balear es, en estas condiciones, de dimensiones espectaculares, especialmente en su calibrado de los intereses de Unió Mallorquina, partido grupuscular con el que mantuvo alianzas fraguadas en algún despacho dinástico-financiero, práctica no del todo ajena a la política mallorquina. Más allá de las perplejidades que genera a veces el sistema proporcional, los interrogantes que surgen del actual pacto de gobierno no proceden tanto de la composición del nuevo Govern balear, sino del hecho de que Unió Mallorquina asuma casi todos los poderes del Consejo Insular -acompañada del PSM, un partido cuya gradual moderación puede llevarle a un pacto estable con UM, con lo que todo quedaría en casa- en virtud de 26.000 votos y que con la endeble representatividad de esos votos vaya a proceder a desmantelar el entramado estatutario, despojando de competencias a la institución autonómica. Ya están previstas negociaciones inmediatas para ampliar la dotación económica y el techo competencial de los consejos insulares. En algún borrador de acuerdo se propone la gestión de un 10% del presupuesto de la comunidad autónoma por los consejos insulares, y no es de menor cuantía la transferencia de recursos y gestión de carreteras. La merma deliberada y sistemática del poder autonómico retrotrae al viejo insularismo, incapaz de gestión conjunta, tan ajeno a las nuevas realidades tecnológicas como a los nuevos sistemas y ejes de regionalización.

Menguadas sus competencias por el traspaso a los consejos insulares y controlada su acción legislativa por los tres escaños de UM en un Parlamento compuesto por 59 diputados, quizás ocurra que los socios que componen el Gobierno balear -preferentemente el PSOE- comiencen a sospechar que el remedio ha sido peor que la enfermedad. En la hipótesis de que el PP supiera ejercer la oposición y abandonar sus luchas internas, el terreno abonado para los diputados jabalíes fomentaría una impaciencia febril ante el plazo de respeto de los 100 días. Resulta de un angelismo estupefaciente suponer que los intereses sean ajenos a la política, pero también son muchas las circunstancias que hacen lícita la sospecha sobre el carácter de la política de alianzas auspiciada por Unió Mallorquina, especialmente cuando sus antiguos socios del PP han obtenido -con todo el desgaste que se quiera- 28 escaños en el Parlamento autónomo, con el doble de votos -el 43,9 %- que su más inmediato seguidor, el PSOE. El retorno al arcaísmo insularista puede incluso alentar la fragmentación del PP, en un momento en que algunos de sus ex líderes tantean la posibilidad de un partido regionalista conservador, obviamente inspirados por la rentabilidad que Unió Mallorquina va consiguiendo obtener de sus tres únicos escaños.

En el caso del PSOE lo cierto es que, al contrario de lo que habían sostenido sus líderes mallorquines de otros tiempos, la coalición de izquierdas que ha obtenido los votos en Ibiza significa una primacía del voto territorial sobre el voto individual. De los resultados electorales casi siempre se desprende una lección, aunque no todas son positivamente aleccionadoras. Las elecciones autonómicas de junio han demostrado que el PP balear seguramente no se merecía un electorado tan fiel y masivo. Por lo demás, la historia también alecciona sobre el provecho obtenido por los votos de Unió Mallorquina. En Palma de Mallorca, hasta principios de siglo, cuando un hijo besaba la mano al padre o al abuelo se daba una expresión corriente en muchas casas: "Que Dios te haga Santo Inquisidor". Mutatis mutandi, a partir de ahora la mejor admonición bien pudiera ser "Que Dios te de sólo 26.000 votos".

Valentí Puig es escritor.

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