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Verano 99

¿Sequía, qué sequía?

Castilblanco de los Arroyos, en la provincia de Sevilla, refresca su verano un año más con la Fiesta del Agua

Manuel Ruiz Lucas, alcalde de la localidad sevillana de Castilblanco de los Arroyos, dio ayer comienzo a las fiestas del pueblo de un modo bien curioso. A la manera de un concejal pamplonica, y con una boca de riego como cohete, lanzó su peculiar chupinazo en forma de chorro de agua. Así se inició la tradicional Fiesta del Agua que, puntual cada jueves anterior al primer domingo de agosto, demuestra que en esta zona, si hay algo que falta, no son reservas del preciado líquido. "Esta fiesta del remojón es muy apropiada para estas fechas. Ésta es la forma que el pueblo tiene de celebrar la primera vez que Castilblanco tuvo agua corriente las 24 horas del día", comento Ruiz Lucas. De eso hizo ayer 14 años y la fiesta se ha celebrado en trece ediciones con ésta. "Sólo en 1995 suspendimos su celebración, en solidaridad con los que sufrían sequía", explicó el alcalde. Este año, aún celebrándose, se ha reducido su horario, que ha quedado establecido en una hora, de 17.00 a 18.00. Será por ahorrar agua. Con todo y con eso, los reunidos ayer en la Plaza Amarilla de la localidad serrana, en su mayoría niños y jóvenes -aunque también alguna abuela se vio arrastrada por sus nietos al fragor de la batalla- aprovecharon a conciencia el tiempo disponible. Ya diez minutos antes de la hora fijada para el inicio de la celebración, el quiosco del centro de la plaza, desde donde los miembros de la organización repartían los innumerables cubos de plástico que en unos momentos se convertirían en las armas del delito, estaba rodeado de gente que pedía -exigía casi- que les fuera entregado su arsenal, sólo a falta de munición. A las cinco de la tarde, como un matador de toros en pleno paseíllo, el alcalde cruzó la plaza camino del surtidor desde el que inauguraría la fiesta. Uniformado como la ocasión requiere (bañador, camiseta y chanclas), abrió el grifo que, en pocos minutos, surtió de agua al sistema instalado para, en diversos puntos de la plaza, llenar de líquido los cubos de todos los que se apiñaban a su alrededor. Luego todo fueron salpicones -o incluso chapuzones-, colas para llenar los cubos y fresquito. De esto último hubo, y en cantidad. El agua, que debía venir de la misma sierra, refrescó los ánimos de los combatientes en esta peculiar batalla en la que los heridos sólo sufrirán algún resfriado. Pasado el entusiasmo inicial, cuando las camisetas que no estaban rotas habían sido convertidas en trapos de cocina, comenzaron a descubrirse los defectos de tan entretenido festejo. Aparte de la discutible conveniencia del derroche de agua, las incomodidades para los participantes comenzaron por los charcos (casi pantanos) que se forman en la plaza, y terminaron con el entretenimiento de algún inconsciente dedicado a rellenar su cubo con el contenido de los charcos. Lo que comienza como ducha refrescante termina convertido en baño de barro. Mala costumbre. Al final todo terminó como debía. Unos acabaron mojados y fresquitos, otros pasaron un buen rato mirando desde un balcón o a una distancia prudencial, y algún fotógrafo o cámara de televisión despistado se fue de peor humor del que traía tras caerle encima el obligado cubo de agua.

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