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Elogio del prócer Xavier Folch ANTONI PUIGVERD

Parece una paradoja pero es típico del ardor preelectoral: en estos momentos el enemigo no está en la casa de enfrente, sino en la casa propia (o en la casa común, en el bloque, y se trata del vecino más próximo). Los líderes, con sus equipos, ya empiezan a enseñar las primeras armas electorales, pero en la sala de máquinas de los partidos se discute agriamente por las listas y son muchos los que delimitan con orines vagamente ideológicos las parcelas de su influencia. Felizmente, sólo una pequeña parte de estas domésticas escaramuzas políticas consigue llegar a la opinión pública. Son escaramuzas humanas, demasiado humanas, puesto que afectan a la situación económica y personal de muchos profesionales. Pero, por comprensibles que éstas sean, no son precisamente edificantes. A Xavier Folch, alguna de estas batallas menores le ha salpicado. Folch ha sido y sigue siendo portavoz de Ciutadans pel Canvi, una suma de plataformas de independientes que, como es sabido, promueven -al margen pero no en contra de los partidos- la figura de Pasqual Maragall a la presidencia de la Generalitat. El nombre y la ejemplar trayectoria de Xavier Folch han sido manoseados en cierta prensa y en cierto programa de radio con frivolidad y malicia. Algunos, en los pasillos del PSC, en lugar de agradecerle su desprendida generosidad y su gratuito afán, han pretendido descabalgarle y convertirle en un perdedor. En sus más estrechos pasillos, los de IC han estado intentando recuperarlo en excluiva. Unos y otros -que han decidido no presentarse unidos- deberían haber recordado que Folch no pretende premio personal alguno: sigue buscando la manera de ensanchar el espacio de coincidencia de la izquierda a fin de que ésta, reagrupando sus distintas sensibilidades, consiga el gobierno de Cataluña mientras construye, a la vez, el imprescindible camino de la renovación ideológica y organizativa que los tiempos demandan. Los comentarios y las deformaciones que se han vertido sobre Xavier Folch no tienen importancia alguna. Son espuma más o menos desagradable, pero de fácil lavado. Y, sin embargo, tratándose de un prócer como él, no estará de más que aprovechemos la ocasión para recordar su talla. Xavier Folch es un tipo alto y suave, de porte senatorial y carácter plácido, aunque, a fuer de tímido y respetuoso, puede llegar a parecer distante y aristocrático. Sin las gafas, su cabeza, trabajada amablemente por los años, recuerda a algunos de los admirables bustos de los patricios romanos que se muestran en dos soleadas galerías junto al "cortile" principal de los museos vaticanos. Es editor de profesión y con un extenso currículo: impulsor de la popular colección "Ariel quincenal", que ayudó a formar a toda una generación, ha dirigido las editoriales Crítica y Empúries. Culminada la fusión de esta última con Edicions 62, Folch preside actualmente el grupo en sustitución del gran Josep M. Castellet (otro altísimo, en el doble sentido, patricio de la cultura catalana, jubilado ya, en teoría, aunque activo, en la práctica, en su cuádruple militancia: editor sabio, lector ambicioso, afectuoso escéptico y estuche que guarda los recuerdos morales y literarios de su prodigiosa generación). Xavier Folch cuenta, asimismo, con un extenso currículo político: activista antifranquista, militó durante muchos años en el PSUC y fue uno de los impulsores del triple e interesante encuentro que se produjo, en aquellos difíciles años de la dictadura, entre "las fuerzas del trabajo y las de la cultura", entre la tradición cultural catalana y la de la emigración andaluza y entre marxistas y cristianos. Su vocación unitaria le llevó a participar activamente en la construcción de espacios de coincidencia democrática, catalanista y progresista, en los que alentó el consenso, el acuerdo y la entente, por encima de los vicios clandestinos del autismo extremista, la escisión compulsiva y el desacuerdo. Es Xavier Folch un prototipo modélico de la bella tradición del PSUC de los años 60 y 70: tan italianizante, no sólo por influencia del mítico Berlinguer y su intento de compromesso storico con la Democracia Cristiana de Aldo Moro, sino por la fascinación que ejercía la Italia de Gramsci, sí, pero también, y cito a mis preferidos, la de Leopardi, Pirandello, Ungaretti, Montale, Levi, Eco, Calvino o Sciacia. Nuestra reciente historia cuenta con dos monumentos de la ingeniería del consenso: la "Assemblea de Catalunya" y la "Entesa dels catalans", fórmula unitaria que barrió en las elecciones al primer senado en 1975. En ambas participó activamente Xavier Folch, que era uno de los 113 miembros de la "Assemblea de Catalunya" detenidos en una célebre caída. Folch llegó a ser diputado, pero abandonó su militancia en el PSUC cuando este partido empezó su caída libre por el precipicio de las escisiones. Durante todos estos años democráticos, Folch ha conservado, a pesar de los vientos ferozmente partidistas que azotaban en contra, su talante conciliador, aglutinante, generador de consenso. Virtudes que un país anormal y descosido como el nuestro necesita como los bosques y pantanos necesitan la lluvia. Folch participó con entusiasmo, por ejemplo, en el único momento de consenso patriótico que ha auspiciado un gobierno de Pujol: el Consejo de Cultura del democristiano Joan Rigol. Folch es un hombre que lee. No puede ser, por lo tanto, un tipo que se encierra, sin mudanza, en su primera capilla ideológica. Acaba de editar el libro de Giddens, La tercera vía, y me consta que se deja interpelar por él. Pero, a diferencia de tantos camiseros que en este país ha habido, es un hombre de fidelidades sentimentales y personales. Su familia originaria es la del PSUC, de la misma manera que la mía es el PSC, aun cuando sea posiblemente yo uno de los más severos críticos que haya tenido este partido en estas páginas o en las de "El Punt", donde escribo desde hace muchos años. Xavier Folch ha perdido el primer round: PSC e IC van a ir separados. Pero puede ganar el segundo: defenderán un mínimo programa común. Hay que buscar, además, fórmulas que permitan no echar en saco roto, en provincias como la de Girona, los votos de IC. La esperanza de un doble cambio en el seno de la izquerda y en el gobierno de Cataluña conecta con la generosidad política de aquellos años en que este país se miraba al completo, sin complejos ni exclusiones, aquellos años de la agonía de Franco y de la naciente democracia en los que la gran aventura fue coser, apuntalar, ensamblar, construir, trenzar. Folch no debe dejar su doble militancia: votará IC, pero presidirá Ciutadans pel Canvi. Su presencia en ambos lados no es signo de esquizofrenia, aunque informa de la complejidad del proceso. Recuerda las dificultades del camino, pero asegura la esperanza.

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