¿Primavera de Praga en Teherán?
En los 20 años transcurridos desde la proclamación de la República islámica, en Irán se han producido dos situaciones clave que afectan de modo fundamental a la revolución triunfante en 1979. Una, las elecciones de 1997, que convirtieron al moderado Mohamed Jatamí en jefe del Estado. Otra, las manifestaciones de estudiantes de hace unos días que han vuelto a subrayar las serias contradicciones del régimen de los ayatolás, puestas en evidencia en ocasiones anteriores. Dos años después de su brillante éxito electoral, calificado entonces como "madre de todas las sorpresas", Jatamí es duramente criticado por una parte de sus votantes. Es difícil saber cuántos son y al mismo tiempo es importante saberlo, porque una creciente desafección de la mayoría de quienes le sostuvieron a causa de las esperanzas por él entonces suscitadas podría llevar al fracaso del experimento aperturista. Se encuentra Jatamí en un momento sumamente delicado, con todos los visos de convertirse en ratonera política. Por un lado, está siendo empujado por quienes le ratificaron en las urnas para que dé pasos más arriesgados que los hasta ahora relativamente tímidos consumados. Por otro, los ultraortodoxos -mayoritarios en las instituciones- han encontrado (y tal vez impulsado) en los disturbios universitarios, que han incluido varios muertos, el pretexto de la ausencia de orden para cargar contra el presidente Jatamí.
La exacerbación de la ortodoxia islámica -de la que se sirven el entorno del líder supremo, Alí Jamenei, y un variado tinglado que incorpora fortísimos intereses económicos y temibles y demagógicos hiperpuristas- se halla estos días movilizada para bloquear al presidente. En las elecciones de 1997, sus representantes obtuvieron 10 millones de votos, frente a los 20 millones de Jatamí, lo que no ha impedido que erigieran una barrera de obstáculos a la apertura programada por quien en su día fuera conocido como el ayatolá Gorbachov.
La estrategia del sector duro, que hasta hoy controla el sistema, es la causante del cierre de diarios aperturistas, así como del encarcelamiento de diversos políticos progresistas (el más notorio de ellos, el popular alcalde de Teherán en 1998, Gholamhusein Karbaschí) o de la reclusión domiciliaria del respetado ayatolá Husein Alí Montazerí, permanente crítico del poder desmedido de Jamenei, quien, constitucionalmente, goza de muchas mayores facultades y capacidad de control político que Jatamí. Además, dicho sector es acusado de ser responsable, a través de los servicios secretos, del asesinato de diversos intelectuales.
Los opositores a Jatamí están dispuestos a todo. Desde el primer día. Diez antes de los comicios de 1997 y a través de otro de los instrumentos por ellos controlados, el sui generis Consejo de los Guardianes de la Constitución, redujeron a cuatro los 238 candidatos oficialmente inscritos (de paso eliminaron a las únicas nueve mujeres aspirantes) con la esperanza de cerrar el paso a Jatamí. Y ahora resulta evidente que su intención es desprestigiarle ante sus 20 millones de votantes, impidiéndole llevar a cabo las reformas prometidas. Han de hacerlo antes de febrero del año 2000, fecha en que se eligirá un nuevo Parlamento, hoy dominado por las fuerzas anti Jatamí. Estos días renuevan sus esfuerzos y acaban de conseguir una significativa victoria al nombrar Jamenei, el pasado jueves, a un duro de su confianza, Mohamed Foruzandeh, presidente de la Fundación para los Desheredados.
Tal organismo emplea a varios centenares de miles de personas y posee un capital de 100.000 millones de dólares. Fue constituido a partir de la gigantesca fortuna amasada por el depuesto rey de reyes, el sha Reza Palevi (algo común entre oligarcas de similares características: Suharto, Mobutu, Hassan II), y dispone de una tentacular presencia en todo el país con la que controla sectores clave para los potenciales votantes como la vivienda, la agricultura o los transportes. Esa maquinaria va a ser puesta en marcha para que los partidarios del presidente pierdan las próximas legislativas. Para evitar que su aventura se convierta en algo tan efímero como la también esperanzadora primavera anticomunista de Praga de 1956, Jatamí ha de marcar un nuevo rumbo. Lo tiene difícil.
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