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Repartir agua bendita MIQUEL BARCELÓ

La violencia, aunque sin ninguna muerte, de que han sido objeto, en sus personas o en sus locales, inmigrantes africanos en Cataluña ha suscitado toda clase de expresiones de condena. En muchos casos la firmeza verbal de la condena no consigue ocultar el fondo de inseguridad y molestia conceptual desde el cual las inculpaciones se hacen. Las manifestaciones de rechazo de los hechos y las explicaciones que se proponen parecen ser variaciones de algo que no se dice y que está ahí como una masa densa ejerciendo una incontrolable atracción sobre fragmentos informes. Llamémosle racismo. Probablemente casi todos los lectores aceptarían su existencia aunque los detalles de su forma, contenido y procedencia resultasen esquivos de describir. Decir rechazo del otro, como se escribe ahora, no mejora de manera fehaciente la comprensión, pues ¿quién es el otro? y ¿cómo se reconoce como otro? También sería fácil convenir que el fenómeno tiene fases irregulares de aparición y que su exaltación aguda resulta imprevisible puesto que los elementos que en ella intervienen pueden combinarse singularmente de manera infinita. Cierto, como en Ca n"Anglada, donde los activadores finales tienen nombre concreto y perfiladas biografías. El acuerdo implicaría admitir, pues, que el racismo vive en un estado de escondida latencia que al concretarse tiene que ser reprimido. Hasta aquí, y no más allá, llegaría el acuerdo. Después de haber argüido con destreza diferente lo buenas o regulares personas que cada uno somos -yo mismo soy regular-, se acabaría fatalmente atribuyendo el racismo a la manifestación extrema pero no única de la animalidad humana, un reguero incorregido de la muy anciana agresividad. Algunos incluso engolarían la voz para decir que el racismo forma parte de la "condición humana", cualquier cosa que esto fuere. Y listos. Se aconseja, pues, un esfuerzo educativo hasta que llegue, imparable, el próximo exterminio, que servirá, entre otras cosas más necesarias, para recordar lo de la "condición humana". La exhibición de puntos de vista diferentes acaba así en una ceremonia de repartición a diestro y siniestro de agua bendita. Sin duda, no obstante, es cierto que, que se recuerde, la especie humana ha utilizado la violencia como recurso principal y eficiente para modificar sus proporciones entre los grupos que la forman y otros animales y plantas. Pero, dicho esto, nada más es explicado. Lo que importa, pues, es plantear claramente por qué en los campos de exterminio metieron a cuantos judíos pudieron, por qué perdieron siempre los indios o qué tiene de degradada la historia de los "moros", antes tan brillante y refinada... He aquí el tinglado de la antigua farsa, la vieja y maldita cuestión que sigue determinando todos los grados de inteligencia sobre las sociedades humanas. Vista en perspectiva, la violencia resulta ser selectiva. Nada de ceguera tiene, por ejemplo, que desde 1800 alrededor de 61 millones de europeos fueran a poblar los otros continentes. Sin duda fue la migración más masiva, constante y violenta de cuantas se conocen. También por esa fecha, 15 millones de africanos y asiáticos habían sido movilizados en migraciones mayoritariamente forzadas. La alteración en la velocidad y el sentido de la propagación

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