Monjas
Había estado mirando ferreterías en la Red, en busca de un destornillador que por lo visto gime al alcanzar el tornillo su capacidad de penetración, cuando, ya de regreso, caí sin querer en un convento de monjas virtual. Lo sorprendente es que las religiosas que se veían en pantalla parecían analógicas, por lo que pensé que habían sido víctimas de un engaño. Ahora hay muchos avispados que venden en Internet parcelas o páginas que no sirven para nada. El convento estaba a la intemperie. Cualquier pirata que cayera en él por casualidad podría hacer barbaridades. Yo mismo, en otro tiempo, habría cogido una antorcha virtual y le habría prendido fuego por los cuatro costados, mientras sonaba el himno de Riego en la unidad correspondiente de mi ordenador. Los años nos quitan dogmatismo, y antorchas, no sé, el caso es que puse un correo electrónico a las monjas advirtiéndoles del peligro que corrían. Si los piratas habían entrado en la mismísima página web de la Guardia Civil haciendo atrocidades, qué no harían con ellas.Al poco, las monjas me pidieron el número de la tarjeta de crédito, preguntando si quería yemas de Santa Teresa o magdalenas de Santa Rita y cuántas unidades. Volví a gritarles que se fueran de allí, que les habían colocado la página en un callejón de la Red especialmente oscuro y podían ser víctimas de un filibustero informático. La respuesta fue la misma. En la Red todo el mundo está loco por las tarjetas de crédito. No has abierto la boca y ya te están pidiendo la Visa o la American Express. El dinero analógico no sirve para nada. Lo malo es que con la tarjeta entregas el alma y luego no hay forma de encontrarla, pues la Red es infinita. A muchos condenados, cuando llegan al infierno y preguntan que qué han hecho, Luzbel les enseña la tarjeta de crédito que en su día entregaron en Internet a cambio de sabe Dios qué clase de servicio, y tienen que agachar la cabeza avergonzados.
Al día siguiente, volví a entrar en el convento por curiosidad y vi a unos bárbaros digitales disfrazados con los hábitos de las monjas. Los crucifijos estaban boca abajo, las estatuas descabezadas, y en lugar de dulces vendían sustancias químicas. Por no hacer caso.
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