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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rescatar el Ulster

A PESAR de la exhaustiva implicación personal de los primeros ministros del Reino Unido e Irlanda en negociaciones interminables, peligra el futuro del acuerdo de paz para el Ulster. Al desfalleciente proceso se acaba de reincorporar el ex senador estadounidense George Mitchell, que anuncia para septiembre una nueva ronda de conversaciones tras el fallido intento de formar un Gobierno de concentración en Belfast. Blair volvía ayer al rescate, entrevistándose con los jefes del Sinn Fein, Gerry Adams, y del principal grupo protestante de Irlanda del Norte, David Trimble. El IRA ha ensombrecido el ambiente con un comunicado en el que acusa a Londres y a los unionistas del bloqueo, y desliza que ya en 1996 rompió un alto el fuego ante la negativa del Gobierno conservador a admitir a su brazo político en conversaciones sobre la provincia.Mitchell asegura que la paz es posible, pero previene a los ilusos sobre la posibilidad de que se consiga en poco tiempo y sin enormes concesiones por ambas partes. Como todo contencioso enquistado por treinta años de violencia sectaria, el de Irlanda del Norte ha acarreado una desconfianza superlativa entre sus protagonistas. Católicos y protestantes están dispuestos a agarrarse a un clavo ardiendo con tal de no conceder al enemigo histórico un gramo de buena fe o de sinceridad en sus propósitos. Hace una semana, Trimble rechazaba integrar a su partido mayoritario en un Gobierno compartido mientras el IRA no entregara sus armas. El 15 de julio había sido fijado por Blair como límite para la formación del Ejecutivo de Belfast. En este camino de altibajos, que él mismo ha definido como la mayor esperanza de paz en una generación, el primer ministro se ha ido autoimponiendo sin necesidad fechas-mojón cuyo incumplimiento ha acentuado los perfiles negativos de un pulso planteado en exceso como lo toma o lo deja.

Es cierto que el Sinn Fein ha hecho de la ambigüedad sobre el desarme del IRA un aspecto clave de la negociación. Incluso a estas alturas lo más que aseguran sus responsables es que podría producirse para mayo del año 2000. Pero los unionistas dan la impresión de querer conseguirlo todo ahora. Al rechazar integrarse en el Gobierno, Trimble parece olvidar lo ganado por los suyos. Desde el principio, dos reivindicaciones históricas: la renuncia constitucional de Dublín a su reclamación sobre la provincia y que el Ulster no puede ser unido a Irlanda sin la aprobación de la mayoría. Con esas cartas, los protestantes podrían arriesgarse a poner a prueba la tercera: la promesa del IRA de rendir las armas; más aún cuando Londres y Dublín garantizan que se suspenderá el proceso en caso de incumplimiento.

En el Ulster, los agravios pesan al menos tanto como las expectativas. Uno y otro bando saben, sin embargo, que a lo largo del proceso han conseguido metas que reclamaron durante mucho tiempo: la excarcelación de varios cientos de condenados o la retirada de las calles del Ejército británico, por poner dos ejemplos. El clima social ha recuperado una tranquilidad desconocida en décadas y sus dos comunidades tienen hoy mejores expectativas de prosperidad. Esta realidad merece ser salvada casi a cualquier precio.

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