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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guiños conciliadores

LA PACIFICACIÓN de Oriente Próximo, algo que a varias generaciones se les antoja simplemente utópico, parece ahora más tangible que un espejismo. Han bastado poco más de dos semanas al nuevo primer ministro israelí para impregnar con un tinte de urgencia una situación dejada pudrir por su predecesor, Netanyahu.Y sólo unos días para que Ehud Barak, el pluricondecorado general pasado a la política, haya conquistado en Washington -mediador imprescindible- el entusiasmo de Clinton para un proyecto cuyos cimientos podrían ponerse antes de que acabe el mandato del presidente de EEUU.Los propósitos de Barak de hacer la paz con los palestinos y Siria (incluyendo Líbano como Estado cliente de Damasco) en un plazo poco mayor de un año podrían parecer descabellados si no fuese porque un proceso de esta envergadura se alimenta no sólo de mapas, sino también de factores psicológicos y de oportunidad. Y en el complejo escenario de Oriente Próximo las cosas se están moviendo simultáneamente como no lo han hecho en mucho tiempo. Damasco está enviando claras señales conciliadoras a Israel. El languideciente Hafez el Asad ha elogiado públicamente a Barak, se desembaraza de elementos recalcitrantes de su vieja guardia, llama al orden (pese a los desmentidos oficiales) a los grupos palestinos más extremistas basados en su territorio y está propiciando calma en el sur de Líbano. El propio jefe del Ejército israelí confirmaba ayer que Siria presiona a las guerrillas islámicas para que no bombardeen desde aquel país posiciones israelíes.

En el campo palestino hay signos de acercamiento entre Arafat y sus históricos rivales radicales. La OLP admite que se prepara un encuentro de su jefe máximo con George Habash y Nayef Hawatmeh, enemigos declarados de los acuerdos con Israel. Una hipotética reconciliación en el bando palestino daría a Arafat la legitimidad necesaria para afrontar una negociación que se antoja decisiva sobre el estatuto final de los territorios. La decisión israelí, ayer, de permitir que siga abierta en Jerusalén la oficina de la OLP, cerrada por Netanyahu, debe verse como un gesto de Barak para mantener abierta, no sólo con palabras, esta ofensiva de encanto a tres bandas. En el caso de Siria, la paz pasa por el abandono israelí de los Altos del Golán, capturados en 1967, y una retirada del sur de Líbano; aunque Damasco quizá esté dispuesto a mostrar ahora una flexibilidad impensable hace meses a las demandas de seguridad de su enemigo. Con los palestinos, cualquier posible acuerdo tendrá que ir más allá de la fórmula paz por territorios. Israel deberá adoptar medidas dolorosas, no sólo militares, para satisfacer la justa demanda palestina de un Estado digno de ese nombre.

El escenario está listo y pronto se sabrá si las partes quieren el compromiso. No cabe hacerse ilusiones sobre un apaciguamiento mágico descendiendo sobre un conflicto tan largo, complejo y emocional como el de Oriente Próximo. Pero sería derrotista cerrar los ojos a una conjunción de circunstancias que por primera vez en mucho tiempo invitan razonablemente a la esperanza.

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