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Bandoleros de autopista

Francisco Peregil

No son Curro Jiménez, ni El Algarrobo, ni El Estudiante. Pero son El Budini, El Camarada, El Cacharro Bravo, El Mueve-Mueve, La Mejicana, El Miami Beach, El Zurdo, La Bestia, El Cabeza Cóndor, El Caravieja... y así, hasta 30. Todos peruanos menos un español. Se santiguan al salir de casa para robar y llevan tatuajes y estampas de vírgenes. Algunos de ellos han sido esposados por la policía y la Guardia Civil no una, ni dos, ni tres veces, sino hasta en treinta, cincuenta y setenta ocasiones. En comisaría han llegado a explicar que los españoles ya expoliaron lo suyo en el Perú y que ahora les toca a ellos. Sus caballos corren todo lo que pueden correr los del motor de los BMW, Mercedes y Audi que roban o alquilan.Su serranía particular abarca los 541 kilómetros de la autopista A-7, que se extiende desde La Jonquera hasta Zaragoza y Tarragona. Aunque a veces cometen sus asaltos hasta en Girona y Valencia, la zona predilecta sigue siendo la que ellos conocen como el huequito, 42 kilómetros entre Granollers y Martorell, el tramo más cercano a la ciudad de Barcelona, donde viven, y el de más tránsito. Sus víctimas, los extranjeros que viajan dentro de los 12.000 coches que bajan cada día hacia España por el peaje de La Jonquera.

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No suelen utilizar la violencia. Pero no tanto por afán humanitario como por un excelente conocimiento del nuevo Código Penal. Saben que si no fuerzan ni intimidan a nadie sólo les pueden acusar de hurto, no de robo, con lo que su ingreso en prisión es improbable.

Y su método más practicado, el que ellos llaman "a la italiana", consiste en robar a lo fino, sin golpes ni amenazas. Trabajan en grupos de tres o cuatro personas, que ellos mismos denominan baterías. Entran en la autopista con tarjetas de crédito robadas y pasando por los carriles de pago automático. El checo (coche) se sitúa en paralelo al de la víctima. Entonces le avisan de que sale fuego del tubo de escape. La víctima se detiene, pero sólo ve a un peruano que se baja rápido hacia la parte trasera de su coche con intención de ayudarle. El peruano enciende, agachado sobre el tubo de escape de la víctima, un pañuelo de papel para simular una avería. Mientras tanto, otro miembro de la batería, que va escondido en el asiento trasero, se ha bajado, ha cogido el bolso o el maletín del conductor y se ha dado a la fuga. Cuando se requiere que el turista acuda a España para ratificar las identificaciones en una rueda de reconocimiento, el turista a veces ha cobrado ya de su aseguradora y sólo pretende olvidar el suceso.

En otras ocasiones recurren al método del pinchazo, que es el que utilizaron el pasado viernes con el ciudadano que aparece en la imagen superior de esta página, el irlandés Kieran Murphy.

Murphy paró en el área de descanso más cercana a Barcelona. Y al poco de montarse en su vehículo notó que llevaba una rueda pinchada. Paró y enseguida aparecieron cuatro personas "muy morenas con sombreros" que lo empujaron hacia el coche, lo cerraron allí, y le quitaron todo lo que llevaba en el maletero. Ninguno de sus asaltantes empleó armas. Sólo se les ha requisado una pistola en una ocasión y no era de ellos. Pertenecía a un policía germano al que acababan de robar.

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En el primer semestre del año pasado les denunciaron 228 veces. Este año, hasta el pasado 7 de julio, ya iban 469 denuncias por un total de 120 millones de pesetas. Las protestas de los consulados extranjeros ante las dependencias policiales se han hecho frecuentes en las últimas semanas. Acesa, la compañía concesionaria de la autopista, ha contratado tres coches patrullas de vigilancia privada y prevé instalar 250 cámaras. Pero nada ha frenado a las baterías hasta el momento. Al contrario: el éxito de sus hurtos atrajo a grupos de magrebíes, que llevan este año 116 denuncias sobre sus espaldas, con tácticas semejantes, aunque más violentas. Esta semana, además, se ha visto lo que nunca: peruanos en motos.

Las baterías de Perú hicieron su aparición en la autopista de Cataluña por el año 1991. Fue entonces cuando le robaron a la hermana del actor Roger Moore, intérprete del agente 007, unos 300 millones de pesetas en joyas. Aquellos delincuentes se fueron a su país y ya no volvieron. Habían hecho Las Españas.

Pero no todas las víctimas son tan ricas. Se ha dado el caso de un matrimonio de ancianos holandeses que llegaban a España con todos los ahorros de su vida, 12 millones de pesetas, para invertirlos en Torrevieja (Alicante). El holandés, paralítico, se negó a entregar el bolso y los asaltantes lo sacaron a él y al bolso.

Algunos peruanos han logrado el dinero suficiente para montar una compañía de taxis y un restaurante en Lima, según informa el inspector de policía Rafael Piqueras.

Los agentes del Cuerpo Nacional de Policía son, con mucha diferencia, los que más veces han detenido a los peruanos. Fueron ellos los que montaron el mayor golpe contra las baterías en lo que se conoce aún como la Operación Cobra, el 25 de marzo de 1998. Aquella noche se detuvo a 67 peruanos. El fiscal trató de que su paso por la cárcel fuese más duradero que por simples hurtos y les acusó de asociación ilícita. Pero el Juzgado número 6 de Hospitalet sobreseyó la causa. Entonces el fiscal general del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, José María Mena, recurrió la sentencia. Y la Audiencia Provincial determinó que se reabriera el caso al entender que había indicios de asociación ilícita. En ésa estamos.

"Con que consiguiéramos que algún juez les metiera dos meses en la cárcel, podríamos evitar cientos de delitos este verano", confiesa un guardia civil.

Pero, según los propios agentes, los jueces poco pueden hacer. "Se ven atados por la legislación. Si esta vez se les consiguiera condenar por asociación ilícita, la justicia habría dado un gran paso en este país", añade un guardia.

"Mire, señor", le confesó una tarde Mario Alejandro K. C., El Mueve-Mueve (56 veces detenido) a un policía, "yo prefiero vivir en una cárcel española que en las calles de mi país". "Mientras haya autopista nosotros seguiremos trabajando", confesó otro.

Y su trabajo lo cumplen con una destreza difícil de igualar. "No sé hasta qué punto merece la pena arriesgar la vida de los otros conductores de la autopista", señala el inspector Piqueras. "Donde vean un hueco, ahí se meten. Más de una vez en la calle les hemos hecho un sándwich, un coche nuestro por delante y otro por detrás del suyo, y han saltado por la acera, a punto de atropellar a varios peatones, y se han escapado", concluye.

La cosa se asemeja a unos dibujos animados de policías y ladrones donde siempre ganan los ladrones. Los peruanos conocen ya a la perfección cada palmo de las dependencias del grupo II de Crimen Organizado del Cuerpo Nacional de Policía. Han visto muchas veces la pared donde alguien pegó hace años un billete de mil pesetas con la cara de El Camarón de la Isla, y otra pared donde aparece un recorte de prensa del 20 de octubre de 1997 donde se cuenta cómo murió el peruano César Augusto Román de la Cruz, alias La Abeja Maya, con otro alias escrito sobre el recorte por los agentes: "El Estampao". Augusto Román falleció atropellado por una furgoneta mientras intentaba huir. El mismo año en que otro compatriota suyo fallecía en una persecución. Gajes del oficio, según ellos. "Señor, a nosotros nos compensa venir aquí de vez cuando", confesó El Zurdo en esas dependencias. "Y no insistan más. No van a sacarme nada sobre mis amigos. Porque yo en el Perú era hombre. Y aquí sigo siendo hombre". El Zurdo era policía en su país.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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