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Logomaquias centristas

SEGUNDO BRU A estas alturas todavía hay quien no quiere enterarse de que en política el centro siempre es un punto de llegada, nunca de partida. Que uno se presenta ante el electorado con un programa específico, que pocas veces cumple íntegramente entre otras cosas porque, dada una mínima capacidad de comprensión y honestidad, cuando se gobierna se debe de gobernar para todos, te hayan votado o no, lo cual obliga a edulcorar los planteamientos iniciales inspirados en su origen por una determinada ideología, que para eso sirven habitualmente las ponencias programáticas que los partidos aprueban en sus congresos. Es pues la propia acción de gobierno la que debería acabar conduciendo, ya sea desde una posición inicial de derecha o izquierda, hacia una política más centrada en el sentido de no estrictamente partidaria, aunque siempre condicionada por la propia posición inicial. Y si ésta ya es la insoportable inanidad del centrismo el resultado no puede ser más que la dilución de las ideologías y la aparición de políticos -y la formulación de políticas- intercambiables, con la secuela inevitable de convertir a los partidos mayoritarios en simples maquinarias electorales, en partidos de electores que intentan atrapar a toda costa el mayor números de votos según el principio de diferenciación mínima y la búsqueda del votante medio. Lo cual, dada la acreditada capacidad vampirizadora verbal de nuestra derecha y su obsesión por no presentarse como tal, juega siempre a su favor, como lo evidencia la eficaz ceremonia de la confusión que están orquestando a base de Blair y Schroeder, mientras perjudica fundamentalmente a la izquierda que, en este proceso, ve como su propia debilidad ideológica la incapacita para generar nuevas alternativas, al tiempo que la pérdida de la identidad partidaria acaba provocando el incremento del voto flotante, indefinido hasta el último momento, y el recurso inevitable a la política-espectáculo, a la democracia mediática, demoscópica y auscultiva, en la que las encuestas suplantan a la capacidad programática de los partidos. De ilusionar a la ciudadanía, ni hablamos. Sólo así puede explicarse que, tras la desaparición de un centrista vocacional como fue Romero, Asunción intente colmar su insondable vacío ideológico recurriendo de nuevo a los manidos tópicos de una supuesta Tercera Vía que sigo sin ver qué puede aportar a un partido como el PSOE que ya pasó por su particular Bad Godesberg a través del pragmatismo posibilista de Felipe González y del culto al mercado impuesto por Boyer y Solchaga en los sucesivos gobiernos de coalición entre los socialistas y el Banco de España. La ignorancia, ya lo decía Bunge, se corrige con conocimiento, no con más ignorancia. Y es posible que haya que esperar a ver a Asunción actuar en otras tardes, en el debate presupuestario sin ir más lejos, aunque recordemos que Borrell nunca pudo superar el lastre de su primer fracaso. Lo cierto es que a un torero se le puede perdonar una mala faena pero lo mínimo que se le puede exigir es afición. Al estudio y al trabajo, en este caso concreto. Si bien mucho me temo que lo que la naturaleza y la formación no dan ni Birlanga, ni Mazón, pobrecitos míos, ni siquiera el bueno de Aurelio Martínez, van a prestar. Y, para colmo, viene el otro día Muguerza y suelta aquello de que hay que socializar al liberalismo y liberalizar al socialismo. ¡Peste de logomaquias!

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