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Reportaje:

Hospitalarios por amor a la música

La hospitalidad para con el extranjero, ley sagrada respetada por múltiples culturas a lo largo de los siglos, ha desaparecido ya prácticamente en el llamado mundo civilizado. El Festival Internacional de Música de Cantonigròs ha hecho renacer desde su fundación, en 1983, el espíritu de hospitalidad en la comarca de Osona y lo ha extendido a las del Bages y la Selva. Un total de 35 poblaciones de las tres comarcas acogen desde el jueves, día en que empezó el festival, y hasta esta noche, cuando termina, a los cerca de 2.000 cantantes y danzarines de las 42 corales y grupos de danza de cuatro continentes que este año participan en este certamen. El de Cantonigròs es mucho más que un festival de música. Es una cita con la diversidad que a través de la música, un lenguaje universal, genera año tras año amistad, solidaridad y hospitalidad. Chinos, cubanos, estadounidenses, kenianos, letones e irlandeses, entre muchos otros, se alojan en casas particulares de los pueblos que los acogen desinteresadamente durante cuatro días. Los coros y grupos de danza seleccionados por los organizadores entre los que han pedido participar se costean el viaje desde sus países hasta la pequeña población de Cantonigròs, en la comarca de Osona. El resto, su manutención y alojamiento, corre a cargo del festival y de los pueblos que los alojan en sus casas. "¿Qué recibimos a cambio? El enriquecimiento de conocer a personas de otros países y culturas, y el aprendizaje de la hospitalidad. Que se marchen contentos produce una gran satisfacción y olvidas el cansancio y trajín que has tenido", asegura Faustina Font, que durante 16 años se ha encargado de organizar las estancias en Centelles de coros participantes en el festival. Desde que el certamen celebró su primera edición, Centelles ha acogido a grupos. Faustina no lo dudó ni un momento cuando se lo propusieron y hasta el año pasado se encargó de buscar a vecinos dispuestos a albergar en sus casas a desconocidos durante cuatro días sin ninguna compensación económica a cambio. Este año ha pasado el testigo a Lluís Calm y su hijo Josep, y a Pilar Puigdomènech y su marido, Isidor Garriga. "Desde el primer año del festival acudo a Cantonigròs. No me lo pierdo por nada del mundo", asegura Lluís Calm. Hace siete años empezó a acoger gente en su casa cuando una familia amiga suya no tenía suficiente espacio en su vivienda para alojar a todos los que les habían asignado. Por su domicilio han pasado letones, lituanos, estonios y rusos de Moscú y San Petersburgo, y este año tiene a húngaros. No habla idiomas, pero nunca ha tenido problemas para comunicarse con ellos. "Nos entendemos con signos y con dibujos. Les interesa mucho saber cuánto cuestan aquí las cosas y hacen comparaciones entre nuestro nivel de vida y el suyo", explica. El jueves se fue a las seis de la tarde a Cantonigròs con su hijo, su nieto, Jordi, y Pilar Puigdomènech a recoger a los 60 miembros del coro Vass Lajos de Budapest, fundado en 1903, para acompañarlos hasta Centelles y repartirlos allí entre las 26 familias que les esperaban y que les acogen en sus casas. "Los húngaros han llamado hace varias horas para decir que habían salido a las siete de la mañana de Portugal. Vienen en autocar", informa un miembro de la organización del festival. "Pues esperaremos a que lleguen. ¿Y cómo es que vienen desde Portugal?", se preguntan. Los cuatro matan el tiempo de espera sentados en el prado que sirve de recinto para el festival; mientras, ven desfilar a corales y grupos de danzas de procedencia diversa ataviados con vestidos tradicionales de sus países e intentan adivinar, por su indumentaria y las banderas que enarbolan, de dónde proceden. "Es como una droga. Desde el día en que aceptas tenerlos en casa, ya no puede pasar un año sin que vengan, aunque eso signifique pagar el doble de agua, porque se pasan horas y horas en el cuarto de baño duchándose una y otra vez", asegura Lluís. Pilar es la única de Centelles que devolvió la visita a unos lituanos que se alojaron en su casa, en un viaje que hizo a los países bálticos. "Hay una relación especial con el coro de Lituania que estuvo en Centelles. En una ocasión en que fueron a Valencia a cantar, se desviaron hasta nuestra población para pasar un día con nosotros", explica. "Los húngaros han llamado a las siete diciendo que están en Guadalajara", informa un miembro de la organización del festival. "Hay que llamar a Centelles para avisar que hoy no llegarán", dice Lluís. "Esto nunca había pasado. Es nuestro primer fracaso, pero la gente se lo ha tomado bien, todos han sido muy comprensivos", explica horas después. El coro Vass Lajos llegó a las tres de la madrugada y sus integrantes tuvieron que dormir en el autocar en el que habían viajado durante 18 horas. Llegaron a Centelles el viernes a las ocho de la tarde, con un día de retraso respecto a lo previsto y tras haber cantado en Cantonigròs, donde ayer volvieron a hacerlo. "Con este contratiempo no podremos estar mucho tiempo con ellos", se lamentó un vecino. Anoche les organizaron una cena colectiva con mucho pa amb tomàquet -"es lo primero que les enseñamos a hacer después de explicarles que aquí, en Cataluña, no se dice por favor, sino si us plau", explica Pilar- y los húngaros les obsequiaron con sus cantos. Hoy se intercambiarán direcciones. Algunos se escribirán y se enviarán felicitaciones por Navidad, y quizá alguno, como hizo Pilar, se animará a devolverles la vista. Mañana cuando se vayan llorarán, como otros años, y les darán, también como otros años, cajas de fruta para hacer más leve su retorno en autocar a Hungría.

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