Recorrido nostálgico por la pasión ciclista
Quizás porque hasta donde alcanza la memoria siempre han existido ilusionantes ciclistas vascos o porque la mitología del pedaleo se enraizó de forma natural en una tierra que agradece la nobleza del sufrimiento, la cultura ciclista mantiene su mejor expresión en Euskadi. Lo demuestran las ikurriñas que estos días pueblan las cunetas del Tour y los aficionados que invaden el asfalto de las carreteras vascas cada fin de semana. O la exposición que el Museo Vasco de Bilbao acoge hasta el próximo 17 de octubre bajo el título 100 años de ciclismo vasco, prueba evidente de que existe una cierta forma de cultura ensalzada por lo cotidiano, por las tertulias en los bares y la admiración que suscita en la comunidad autónoma el deporte de las dos ruedas. A Josu Loroño, hijo de Jesús Loroño, el ciclista que en los años 50 se pegaba con Bahamontes, ganaba etapas pirenaicas en el Tour, se hacía con la Vuelta de 1957 y exacerbaba las pasiones de los aficionados, le ha costado 10 meses reunir todo el material que se expone. Desde la bicicleta de pista con llantas de madera, fabricada a principios de siglo, hasta la Espada de Miguel Induráin o las espectaculares gafas que protegían a los corredores en los años 30, Loroño hijo ha recopilado varios retazos de la historia de un deporte que no cesa de proponer imágenes para el recuerdo. El pinchazo de un campeón Bajo una instantánea de Olano, brazo al aire, sonrisa embarrada, se exhibe la misma bicicleta sobre la que pedaleó para convertirse en campeón del mundo en carretera. En la fotografía se aprecia el pinchazo en su rueda delantera. Estirando la mano y palpando el tubular puede comprobarse que nadie ha reparado la avería, tal y como confirma Loroño. Especialmente concernido por la historia del ciclismo vasco, Loroño aún recuerda cómo acompañó con cuatro años a su padre hasta Eibar para recoger en la fábrica de BH la primera bicicleta estática jamás fabricada. Se gira y señala un maillot rosa, el primero conquistado por un corredor vasco, Paco Galdós, en el Giro de 1975. "Hizo falta restaurarlo. Sus dueños no querían prestármelo porque se encontraba absolutamente apolillado", explica Loroño junto a la vitrina que guarda varios maillots simbólicos. La muestra traza un recorrido sentimental que cruza los caminos recorridos por ciclistas singulares. La muestra arranca con un homenaje al bilbaíno Vicente Blanco, El Cojo, quien en 1910 fue el primer corredor español inscrito en el Tour. Aguantó sólo la primera etapa, aunque nadie pudo reprocharle lo efímero de su gesto. Había cumplido con su Tour particular al pedalear desde la capital vizcaína hasta París para formalizar su inscripción. Miguel Indurain comparte espacio con El Cojo, detalle que señala el contraste entre la gloria épica y casi anónima de uno y el reconocimiento universal e imperecedero del otro. Después, la exposición, dividida en seis apartados, recuerda a Langarica, Montero, Gabika, Loroño, al equipo KAS y se detiene en la herramienta para enseñar la evolución de las máquinas. Hace dos días, el Tour circuló por el mítico Galibier. El navarro José Luis Arrieta lo cruzó primero. Una impresionante fotografía preside una de las paredes de la exposición: de pie sobre los pedales, una figura retorcida avanza en solitario hacia la cima del mismo Galibier. Fue en 1936 y el protagonista es Federico Ezquerra. El pie de foto recoge un comentario de la prensa francesa de la época: "En la ascensión al Galibier, Ezquerra sufre, lucha con todas sus fuerzas, y los coches amontonados a sus espaldas parecen querer empujarle vanamente". Circunstancia que se mantiene ajena al paso del tiempo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.