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Tribuna
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El cateto global

Elvira Lindo

Cuando a Marshall McLuhan, que se nos hizo pesado no de haberlo leído sino de oírlo citar, se le ocurrió lo de la Aldea Global, no sé si incluyó en el lote de esta acertadísima premonición el hecho de que los que habitarían esta aldea serían o seríamos los catetos. Desde aquella película La ciudad no es para mí, en la que el cateto Martínez Soria llegaba a Atocha con el pollo vivo en una cesta, los catetos han cambiado de medio a medio.

Si uno asoma la nariz por la estación ya no puede distinguir al que va del que viene, y no porque nos hayamos convertido todos en ciudadanos del mundo, que sería la pera, sino porque la aldea global nos ha dejado hechos unos catetos.

Pero los catetos ya no visten como antes, ya no hay boinas de cateto, porque las boinas son hoy día símbolo de dignidad autonómica; ya no hay pollos vivos en las estaciones, porque la gente mayor de lo que más presume es de que en su pueblo han puesto un Pizza-Hut y un Pryca y ya no hay un abuelo en España que mate un pollo de un tajo en el cuello, porque para qué si vienen tan gordos y tan pelados en los paquetes del hiper.

Ya no hay quien se asombre al venir a la gran ciudad, porque las autoridades autonómicas y las televisiones locales han dejado bien claro que lo importante está en uno mismo, en lo de toda la vida, en lo que hicieron sus padres, que no hay paisaje más bello que el que tiene delante, ni comida más rica que la de su madre, ni fiestas como las de su Patrona.

Ya no hay uniforme de cateto, porque esta Aldea nos ha convertido en catetos del mundo. El cateto hoy día lleva móvil, riñonera, monta en el AVE y ha probado la comida japonesa, pero se queda con la de su pueblo.

A nadie le impresiona ya Madrid. Ni tan siquiera para triunfar, porque se triunfa más cómodamente y más a gusto en el pueblo de uno, donde además te pueden dar una subvención por ser un talento local.

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He escuchado a un joven cineasta decir: "Yo lo que quiero es gustar a mi gente", y reinvindicar el apoyo a lo andaluz. La necesidad de que el arte sea universal ya se ha pasado, esa época murió. Los más modernos son los que reivindican a la par su pueblo y el cosmopolitismo, un cosmopolitismo que no pasa por Madrid, sino que lo ignora.

Pero a lo que Marshall McLuhan se refería era a una sociedad uniformemente informada de todo. Se puede decir que la vanguardia de la vanguardia en este aspecto la abanderan los informadores del corazón, que nos cuentan por tele, prensa y radio todo lo que hace la fauna famosil a cualquier hora del día.

Este exceso de información ha contribuido a que tampoco Madrid pueda ser la ciudad de la libertad, esa ciudad donde estrellas del mundo esperaban vivir una vida disipada y libre.

Hoy el torero y actor Mario Cabré hubiera dado una rueda de prensa en la puerta del dormitorio donde había tenido trato con Ava Gardner.

En la capital cateta los periodistillas siguen los pasos de la farándula dando un valor desmedido a si uno se acuesta con éste o se besa con la otra.

La otra noche, en el estreno de Goomer, Santiago Segura les largaba tres frescas a los "informadores" del corazón con una valentía que pocos personajes populares tienen. Les decía que la persecución de los paparazzi le robaba libertad. Y es que los famosos que quieran escaparse de los flashes tendrán que fugarse a sus propiedades campestres, cercando su intimidad con vallas como ya han hecho muchos en Estados Unidos.

Se acabó el sueño de libertad y de triunfo que traía al de provincias a la gran ciudad. Ahora somos los de Madrid los que necesitamos un pueblo que nos subvencione.

El pintor Eduardo Arroyo decía: "¿Cómo me van a hacer un homenaje si nací en la calle de Argensola?".

Hay madrileños que tuvieron vista y hace unos años se hicieron vascos, o andaluces o catalanes; pero los que no fuimos vivos nos quedamos de madrileños, en este centro que ya no es centro de nadie.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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