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Capital del Mediterráneo

Ricardo Bofill piensa Barcelona como capital del arco mediterráneo. No es una idea de ahora, cuando proyecta edificios que se yerguen sobre el agua en forma de vela que se adentra en el mar; es una idea que le acompaña desde hace años y que tiene perfectamente teorizada. Nada hay, pues, de extraño en que para él la enorme plaza que se abrirá entre los dos nuevos edificios (el hotel y el museo multimedia) tenga ya, a expensas de lo que luego decidan los administradores, un nombre claro: plaza del Mediterráneo. Las últimas obras de Bofill están impregnadas de ese paradójico equilibrio mediterráneo que es el mar en movimiento. Las de Barcelona (INEF, en Montjuïc, y Teatre Nacional) evocan el nacer de la civilización mediterránea. También lo hace el inmenso bloque edificado a principios de los noventa en Chicago, donde no faltan los frontones empleados hace dos milenios y medio en el Mediterráneo oriental. En esta ocasión, sin embargo, Bofill ha dejado de lado, sin huir de ellas, las formas neoclásicas y ha recuperado de sus últimas obras los elementos traslúcidos, el agua y la luz. Pero ese intento de síntesis de su propia historia es sólo la penúltima audacia. Junto al hotel se alzará una torre, en forma de pirámide truncada, que evoca sin ningún género de dudas la torre de Babel, símbolo de todas las confusiones, de todas las dispersiones y, a la vez, reto que periódicamente tienta a todos los arquitectos, aunque pocos cedan a la tentación de construirla.

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Ricardo Bofill diseña una nueva línea del horizonte para la ciudad de Barcelona
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