Cocaína por un tubo
LA OPERACIÓN Temple, que ha concluido con la captura de 15 toneladas de cocaína -diez en un barco apresado en alta mar y cinco en una localidad de Galicia-, constituye ante todo un éxito policial que merece el elogio de los ciudadanos. Igual que la desarticulación en Melilla de una importante red de blanqueo de dinero procedente del tráfico de hachís. Estas operaciones no hacen sino poner al descubierto una preocupante realidad: la amplitud creciente del mercado de la droga, la osadía sin límite de los narcotraficantes y su impresionante capacidad financiera, el crecimiento imparable de la demanda y el papel cada vez mayor de España en la distribución de droga a Europa. La cantidad de cocaína capturada -la segunda más grande de la historia tras las 20 toneladas aprehendidas en 1995 en EE UU- es un dato para el análisis. No lo es menos la nacionalidad de las 56 personas detenidas en la operación: ciudadanos colombianos, bielorrusos, rusos, españoles y un mexicano. Las redes del narcotrafico se hacen cada vez más internacionales, colaboran entre sí y no dudan en utilizar los circuitos del crimen organizado de la Europa del Este. Todo ello agrava todavía más el factor criminógeno de un negocio que no hace sino crecer a pesar de las capturas que se producen.
Se calcula que sólo un 20% de la droga que se distribuye es aprehendida por la policía, y se cifra en 37 billones de pesetas la cantidad de dinero que el narcotráfico inyecta en los circuitos financieros de todo el mundo. Medio billón en España. Que esta cantidad, por disparatada que parezca, no es irreal lo demuestra que sólo la red desarticulada en Melilla haya blanqueado en estos años un billón. A pesar de las operaciones policiales, el poder de la droga se consolida en el mundo. Éste es el dato fundamental que los Gobiernos se resisten a considerar en profundidad y que debería impulsarles a buscar formas de lucha contra la droga, sin excluir una eventual despenalización, que al menos reduciría el tremendo poder económico de las mafias.
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